¡Ay de mi!

Entonces grité: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios impuros y mis ojos han visto al Rey, al Señor de los Ejércitos».  Isaías 6:5 NVI 

 

Preferí caminar en lugar de tomar el autobús. Aunque no estaba exhausto, mis pies se sentían de plomo, mi mirada se perdía y el desconsuelo de haber arruinado todo lo edificado me pesaba. El cielo encapotado reflejaba mi mente nublada, y el amargo sabor de haber desperdiciado la oportunidad que se me había brindado era como tragar una onza de veneno en un solo trago. Las preguntas caían como torrente implacable, exigiendo respuestas ante mi bancarrota espiritual. Una vez más, en el banquillo de los acusados. 

 

Luego oí una fuerte voz que resonaba por todo el cielo: «Por fin han llegado la salvación y el poder, el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo. Pues el acusador de nuestros hermanos —el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche— ha sido lanzado a la tierra. Apocalipsis 12:10 NTV 

 

“¿En qué momento dejé de amar a Dios?”, me preguntaba. “¿Cómo pude fallarle?”, me recriminaba. “¿De verdad tienes una relación con Él?”, me cuestionaba. Al observarlo a la distancia, hoy puedo responder sin temor que jamás dejé de amarlo. Que mi amor por Él sigue siendo profundo y genuino. Y fue precisamente esa la razón por la que mi caída fue tan estrepitosa y desgarradora, como nada que haya vivido antes. No tenía explicación… hasta que, mientras cenaba pan tostado con jalea, lo entendí: me faltó temor de Dios, reverencia ante su presencia y el asombro sagrado de vivir delante de un Dios santo. 

 

Odien lo malo y amen lo bueno; conviertan sus tribunales en verdaderas cortes de justicia. Quizás el Señor Dios de los Ejércitos Celestiales todavía tenga compasión del remanente de su pueblo. Amós 5:15 NTV 

 

Comencé a hacer una lista mental de historias reales de hombres y mujeres que proclamaron abiertamente el mensaje de Dios, de forma pública y global. Sus nombres llegaron a asociarse directamente con el de Jesús, por lo cual sus fracasos tuvieron una repercusión tan amplia —o incluso mayor— que sus logros para el Reino. En su caída, arrastraron consigo a un número considerable de creyentes, decepcionados por el proceder oculto y la doble vida de sus líderes. 


Luego fui testigo de otro suceso importante en el cielo. Vi a un gran dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos, y una corona en cada cabeza. Con la cola arrastró la tercera parte de las estrellas en el cielo y las arrojó a la tierra. Cuando la mujer estaba a punto de dar a luz, el dragón se paró delante de ella, listo para devorar al bebé en cuanto naciera. Apocalipsis 12:3-4 NTV 

 

Mi caída tampoco estuvo exenta de consecuencias. La primera herida la sufrió quien hoy es mi amada esposa, sus hijas y mis propios hijos. No podía mirarlos a los ojos, y la fama de hipócritas que con frecuencia cargamos los hijos de Dios resonaba como un eco interminable dentro de mí. Lo más doloroso no era haber manchado mi nombre —pues mi historial previo a conocer a Cristo ya tenía suficientes credenciales para entender mi tropiezo—, sino que estaba deshonrando el nombre santo de Dios mismo y dando argumentos a quienes dudan de su existencia para no dar el paso de fe. Exactamente lo opuesto a lo que alguna vez anhelé con tanto fervor. 

 

Entonces, ¿qué nos hace pensar que podemos escapar si descuidamos esta salvación tan grande, que primeramente fue anunciada por el mismo Señor Jesús y luego nos fue transmitida por quienes lo oyeron hablar? Hebreos 2:3 NTV 

 

Salir de ese abismo tomó tiempo, procesos, y sólo la infinita misericordia de un Dios inmenso pudo rescatarme de esa caída que estuvo a punto de quebrar la relación más íntima, cercana, genuina y santa que he tenido. Y de nuevo la pregunta: ¿me faltó amor? No. Me faltó temor. Porque el amor es como aquella dulce jalea: exquisita, deseable, siempre quiero más. Pero el temor es el conservante que evita que se corrompa. 

 

El temor del Señor es la base de la sabiduría. Conocer al Santo da por resultado el buen juicio.  Proverbios 9:10 NTV 

 

¿Qué me ayuda a permanecer fiel a mi esposa? En primer lugar, que fallarle implicaría también fallarle a Dios, incluso antes que a ella. Además, revelaría una total falta de respeto hacia ambos. Luego, está el deseo de conservar la intimidad profunda que mantengo en ambas relaciones. Él es mi amigo, confidente y dueño de mi corazón; ella, mi compañera, confidente y señora de mi afecto. No quiero perder esos vínculos, al contrario, anhelo crecer en el conocimiento de ambos. Temo perder esas relaciones. 

 

Sirvan al Señor con temor reverente; con temblor ríndale alabanza. Salmo 2:11 NBV 


El temor reverente a Dios es una mezcla profunda de respeto, admiración, asombro y reconocimiento de su poder y majestad. La intimidad sin reverencia es peligrosa. No se trata de un miedo que paraliza, sino del reconocimiento de su santidad y autoridad. Este temor implica reverencia, obediencia y adoración, conscientes de su grandeza. El amor sin respeto conduce a la traición. El temor es el preservante del amor. 

 

Temer a la gente es una trampa peligrosa, pero confiar en el Señor significa seguridad. Proverbios 29:25 

 

Obedecemos aquello que respetamos. Cuando temo más al qué dirán, a la presión social, o incluso a mis propios sentimientos, emociones e ideas, estoy mostrando reverencia a mí mismo por encima de Dios. Entonces, obedeceré lo que yo mismo me dicte, y eso se convierte en un lazo que me atrapa o me hace tropezar. Ni siquiera el amor propio me protegerá; más bien me llevará a claudicar. 

 

Cuando Simón Pedro se dio cuenta de lo que había sucedido, cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: —Señor, por favor, aléjate de mí; soy un hombre tan pecador. Sus compañeros, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, también estaban asombrados. Jesús respondió a Simón: —¡No tengas miedo! ¡De ahora en adelante, pescarás personas! Lucas 5:8,10 NTV 

 

Mi amor por Jesús crece cada día. Cuanto más lo conozco, más me asombro y agradezco que Él es un Dios de oportunidades infinitas, que no desprecia un corazón quebrantado y contrito, y que puede sacar propósito incluso de nuestros errores. Él tomó mi miseria y la transformó en un llamado a restaurar vidas. Me concedió el regalo de un matrimonio que camina en la misma dirección, y que después de ocho años, se fortalece, preservando el amor con el temor de Dios. 

 

Tú no deseas sacrificios; de lo contrario, te ofrecería uno. Tampoco quieres una ofrenda quemada. El sacrificio que sí deseas es un espíritu quebrantado; tú no rechazarás un corazón arrepentido y quebrantado, oh Dios. Salmos 51:16-17 NTV 

 

ORACIÓN: 

¡Ay de mí! El Dios santo, creador del universo, se ha acercado a mí. Debería ser consumido, pero tu anhelo es tener intimidad conmigo. No permitas que pierda la capacidad de asombro y que, con reverencia, viva cada día delante de tu presencia. Quiero conocerte más y darte a conocer. Que tu amor me acerque a ti y que el respeto me mantenga alejado del mal, para ser testigo de tu pureza, ternura y justicia. Amén. 

 

Lily & Ray 

 

https://www.youtube.com/watch?v=qZ0JZakhtaI&list=RDqZ0JZakhtaI&start_radio=1 


INESTABLE

Pero que pida con fe, sin dudar, porque quien duda es como las olas del mar, agitadas y llevadas de un lado a otro por el viento. Quien es así no piense que va a recibir cosa alguna del Señor; es indeciso e inconstante en todo lo que hace. Santiago 1:6-8 NVI 

 

Imagina estar en el corazón de una planta nuclear de uranio. A tu alrededor, todo parece controlado: luces parpadeantes, monitores digitales, protocolos estrictos, personas con trajes blindados que se mueven con precisión quirúrgica. Pero en el centro de todo, oculto tras muros reforzados y capas de seguridad, yace un núcleo inestable… una sustancia volátil que puede liberar una energía inmensa o desatar una tragedia. 

 

El uranio enriquecido no es en sí un enemigo, pero es impredecible. Basta una pequeña alteración en la presión, una falla en el sistema de enfriamiento, una grieta en el reactor… y la estabilidad se desvanece. En segundos, lo que era fuente de energía se transforma en amenaza. No hay lugar para el error. No hay margen para la distracción. El riesgo está siempre presente, aunque a veces se oculte bajo la rutina de lo cotidiano. 

 

El aire se siente denso, como si supiera que todo depende de un equilibrio frágil. Un temblor, una falla humana, una decisión fuera de protocolo… y lo incontrolable se libera. Como seres humanos, también vivimos en un equilibrio precario, una fragilidad de la que somos poco conscientes. La inestabilidad puede surgir en el momento menos pensado: una ingesta inadecuada, un paso descuidado en terreno poco conocido, negligencia en el cuidado personal o la repentina inflamación del apéndice. 

 

Y qué decir de los factores emocionales, que pueden ser igualmente volátiles. La neurociencia utiliza una metáfora para describir un fenómeno emocional muy fuerte: el “secuestro de la amígdala”. En este estado, la parte del cerebro llamada amígdala toma el control, bloqueando temporalmente la capacidad de pensar con claridad y llevándonos a tomar decisiones que luego lamentamos, ocasionadas por la dificultad para escuchar, razonar o resolver problemas en el momento, provocando reacciones desproporcionadas. 

 

Jesús continuó: «Seguramente ustedes me van a citar el proverbio: “¡Médico, cúrate a ti mismo! Haz aquí en tu tierra lo que hemos oído que hiciste en Capernaúm”. Lucas 4:23 NVI 

 

Recientemente, un dolor en la parte alta y posterior del calcáneo me impedía caminar con normalidad. Así desperté la mañana del domingo, pero no le presté demasiada atención. De todas formas, una de las cosas que hago todos los días —además de instruir, enseñar y promover el método de ejercicios conocido como Pilates— es investigar y practicar stretching y fisioterapia. Lo he aprendido de manera autodidacta, leyendo, viendo videos y estudiando con los recursos que tengo al alcance.  

 

Con todo esto he obtenido buenos resultados, me ha permitido trabajar durante los últimos 15 años en este ámbito, incluso me atrevo a diagnosticar y el cuadro más atinado sería tendinitis aquílea de inserción (inflamación en la parte donde el tendón de Aquiles se une al hueso del talón), aunque esta última bien puede coexistir con bursitis retrocalcánea, ya que ambas estructuras están muy próximas. 

 

 El punto es que, aunque se trate de un área pequeña comparada con el resto del cuerpo, su mal funcionamiento produce una inestabilidad tal que roza lo inútil: me imposibilitó tanto, que tuve que bajar las gradas de mi casa gateando… y en reversa. Hasta el momento en que escribo, nada he podido hacer para mejorar mi condición, he tratado con las técnicas que conozco, pero sin éxito, he orado a Dios, pero los conocimientos compiten por tener la supremacía y hacen que mi fe fluctue. 

 

Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo? Jeremías 17:9 NVI 

 

La imagen de la planta nuclear, tan extrema y delicada, nos recuerda que a veces el corazón humano se parece mucho a ese reactor: lleno de fuerzas internas, emociones, heridas y decisiones mal canalizadas. Todo parece en orden desde fuera, pero dentro… hay una tensión que no se puede ignorar. La fe es absorbida por los hechos, y a duras penas podemos pedir. Dudamos, fluctuamos, y nos volvemos inestables. 

 

«Yo, el Señor , sondeo el corazón y examino los pensamientos, para darle a cada uno según sus acciones y según el fruto de sus obras».  Jeremías 17:10 NVI 

 

¿Qué ocurre cuando vivimos así, con el alma al borde del colapso, sosteniéndonos apenas con nuestras propias fuerzas? ¿Qué hace Dios con nuestras zonas —y nuestra fe— inestables? Está claro que Él nos conoce profunda e íntimamente; sabe de nuestra fragilidad. Como se dice popularmente: “sabe de qué pata cojeamos” (y en este caso, literalmente). Pero eso no lo amedrenta. 

 

Él conoce de qué hemos sido formados; recuerda que somos polvo. El hombre es como la hierba, sus días florecen como la flor del campo: Salmo 103:14-15 NVI 

 

Pero aquí es donde el mensaje del Evangelio brilla con más fuerza: Dios no necesita estabilidad para obrar. No está esperando que seamos perfectos, consistentes o fuertes. De hecho, Él se especializa en intervenir justo en nuestro punto más débil. No para dejarnos ahí, sino para sostenernos, restaurarnos y formar en nosotros una fe más firme, una confianza más profunda. 

 

La inestabilidad no lo aleja. Lo atrae. El Señor no huye del caos interior; entra en él como el Príncipe de Paz. Él no se asusta por nuestras crisis emocionales, nuestros diagnósticos médicos ni nuestras dudas existenciales. Nos encuentra ahí. Y nos sana ahí. Tampoco le sorprenden las guerras y amenazas nucleares en el mundo, está anuente, dispuesto a escuchar nuestro clamor para invitarlo a intervenir. 

 

pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente presumiré más bien de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo. 2 corintios 12:9 NVI 

 

Tal vez  te sientes como ese reactor al borde: intentando sostener tu mundo con protocolos, rutina y apariencias de control. Pero por dentro sabes que algo tambalea. Es tiempo de permitirle al Espíritu Santo entrar al núcleo, no para juzgarte, sino para estabilizarte desde adentro. Su presencia no solo enfría la crisis, sino que transforma la debilidad en testimonio. 

 

»Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. Mateo 7:24-25 NVI 

 

No temas reconocer tus puntos frágiles. No huyas de tu humanidad. Entrégala. Porque lo que para el mundo es un defecto, para Dios es una oportunidad para mostrar Su gracia. Él puede convertir nuestra culpa, vergüenza o miseria, en un llamado, propósito o ministerio. Hay un mundo convulsionado, que sufre, necesitado y como hijos de Dios estamos llamados a dar respuestas un mundo convulsionado y sediento de verdad, buscando respuestas que solo Dios puede dar. Nuestra mayor fortaleza puede ser nuestra debilidad, puesta sobre la roca firme. 

 

 

TENDINITIS AQUILEA

La historia de Aquiles, relatada en la Ilíada y otras fuentes antiguas, cuenta que su madre, Tetis, intentó hacerlo invulnerable sumergiéndolo en las aguas del río Estigia. Pero lo sostuvo por el talón, y esa pequeña zona —no sumergida— quedó sin protección. Años más tarde, durante la guerra de Troya, una flecha lanzada por Paris alcanzó precisamente ese lugar, y fue mortal. Así, el “talón de Aquiles” se convirtió en una expresión universal para describir el punto débil, oculto o inadvertido, que todos tenemos... incluso los más fuertes.


El malestar que comenzó el domingo por la mañana se agudizó la tarde del martes. Entonces bajé el orgullo y llamé a mi amigo Jorge, quien me recetó un cóctel de tres medicamentos. Aún debí hacerme más vulnerable cuando, acostado en decúbito prono (boca abajo), quedé a expensas de las virtudes de mi amada Ileana, quien aplicó la dosis inyectándome en el cuadrante superior externo… del lugar donde la espalda cambia de nombre.


He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad. Jeremías 33:6 RVR


A la mañana siguiente asistí a una cita con Alfredo, otro amigo que se dedica a la terapia neuromuscular. Ahí me pinchó en múltiples ocasiones en el gemelo externo de mi pierna izquierda, hasta que todos los puntos gatillo fueron liberando la contractura, y así recuperé de nuevo la movilidad. Necesité humildad para pedir ayuda: primero a Dios, y luego a quienes fueron sus instrumentos. Esta vez, Dios me trajo sanidad con medicina, evitando así que se rasgara mi talón de Aquiles.


Todos también comieron el mismo alimento espiritual y tomaron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo. 1 Corintios 10:3-4 NVI 


Y si hoy te sientes inestable, déjate encontrar por Aquel que nunca cambia. No necesitas estar fuerte para acercarte. Solo disponible. Cristo es la Roca que no se mueve. 

 

ORACIÓN: 

Señor, tú conoces cada rincón de nuestro corazón. Aun lo que intento ocultar conscientemente, como también lo que me es desconocido. Entra en mis zonas inestables, mis áreas débiles, aquellas de las que no me siento orgulloso. Restaura mi alma para que encuentre descanso en ti. Y haz de mi debilidad una plataforma para tu poder y tu gloria. Tú eres mi escondite, torre fuerte y roca. Eres tú mi gran amor. Amén. 

 

Lily & Ray 


https://www.youtube.com/watch?v=cKr27Bs_v8Y&list=RDcKr27Bs_v8Y&start_radio=1

APOLOGÍA DEL PECADO

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. San Mateo 5:7 RVR1960 

 

La oferta de alimentos es tan abundante como diversa. Los aromas, el bullicio y el colorido ambiente forman un escenario vibrante en el que los comensales potenciales son abordados con entusiasmo por vendedores que, con destreza y simpatía, buscan convencerlos de probar alguna de sus especialidades. El lugar es amplio, animado y acogedor. En lunes, la afluencia es más moderada que en los fines de semana, pero la lluvia de ese día convierte la entrada al mercado en una invitación irresistible: resguardarse de la humedad y dejarse envolver por el calor del fogón y el perfume de las especias. 

 

Mi esposa es la espléndida promotora del almuerzo de ese día; fue idea suya recorrer los 30 kilómetros que nos separaban del lugar. El mercado municipal de San Lucas Sacatepéquez es un punto pintoresco, bullicioso y lleno de vida. Se ha convertido en una parada casi obligatoria para quienes desean saborear la esencia de la cocina guatemalteca. Su fama se debe no solo a la variedad de platillos tradicionales, sino también al carisma de quienes los preparan. Entre los favoritos del público destacan el atol de elote, espeso y fragante, y los rellenitos de plátano rellenos de frijol, manjar, Nutella o queso: pequeñas bombas de dulzura que conquistan hasta el paladar más exigente. 

 

Nosotros llegamos allí para celebrar el Día del Padre, en compañía de mi amada y de mis suegros. Mientras leo el menú, se me hace agua la boca. No será fácil decidirme. Finalmente, me inclino por un caldo de gallina, perfecto para el clima fresco, con la esperanza de dejar espacio para los postres. Compartimos el plato con mi esposa. Nuestros acompañantes, por su parte, no resisten la tentación de un pepián de tres carnes, cuyo aspecto y aroma justifican cualquier rendición. Así pasamos una tarde agradable aprovechando los años que nos queda por disfrutar junto a ellos. 

 

Y si dijereis: ¿Por qué el hijo no llevará el pecado de su padre? Porque el hijo hizo según el derecho y la justicia, guardó todos mis estatutos y los cumplió, de cierto vivirá. El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él. Ezequiel 18:19-20 RVR1960 

 

 

Un día después, mientras hacía tiempo en un restaurante de comida rápida, escuché a un hombre hablar con su hija. Lo hacía en voz tan alta que, inevitablemente, no solo yo, sino otros comensales, terminamos siendo involuntarios oyentes. Argumentaba que los hijos no debían juzgar a sus padres, pues —según él— habían hecho lo mejor que pudieron, sin conocer las circunstancias que enfrentaron. "No tienen derecho a emitir juicio", decía. 

Pensé: eso no aplica en todos los casos. Hay padres que, con total consciencia, han abusado de su rol. Padres que han actuado con alevosía, usando su autoridad como escudo para herir. Justificarlos solo por el hecho de ser padres sería, sin más, hacer apología del pecado. 

 

 

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. San Mateo 5:9 RVR1960 

 

Volviendo a nuestra celebración, no pude evitar admirar aún más a mi esposa. Estar allí, compartiendo con un hombre de 84 años que se equivocó tantas veces en su relación con ella —y que ni siquiera es su padre biológico— era un acto de redención en sí mismo. Ese día, él llevaba puesta una chaqueta que ella le había traído en uno de sus viajes. La he visto cortarle el cabello, atenderlo con ternura cuando enferma, preocuparse por su bienestar. 

¿Qué pasó en ese caso? ¿Acaso simplemente lo excusó? ¿O minimizó el daño? No. Fue necesario un proceso. 

 

 

Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado. Salmos 32:5 RVR1960 

 

El primer paso fue dejar de fingir que ya lo había perdonado. Por años, quizás por religiosidad o por no generar tensiones familiares, pretendía que todo estaba bien. Pero hubo un día en que admitió, con honestidad, que no había soltado la ofensa. Reconoció que aún sangraba una herida que no había sido tratada. Y como toda herida profunda, el proceso de sanarla presupone dolor. 

 

Mientras callé, se envejecieron mis huesos En mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; Se volvió mi verdor en sequedades de verano. Salmos 32:3-4 RVR1960 

 

No reprimir el dolor causado por la ofensa es indispensable para avanzar hacia la libertad. Se debe reconocer que hubo un daño real. Y perdonar implica liberar al ofensor y renunciar al legítimo deseo de venganza. Porque sí, es legítimo sentir ese deseo, pero no es sano alimentar la idea de que vengarse es un derecho. El perdón también duele, pero es un dolor que sana. 

Dejar de cubrir la herida, aplicar el tratamiento necesario —aunque escueza— permite que con el tiempo solo quede una cicatriz, testimonio de una batalla superada. 

 

Rásguense el corazón y no las vestiduras. Vuélvanse al Señor su Dios, porque él es misericordioso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, cambia de parecer y no castiga. Joel 2:13 NVI 

 

Parte esencial del proceso es dejar de justificar el pecado, de excusar al agresor. Si minimizamos los hechos, nunca llegaremos al perdón verdadero. Yo mismo he sido testigo del viaje interior de mi esposa. He caminado a su lado mientras dimensionaba el impacto de aquellas heridas, sus secuelas, los complejos y miedos que surgieron. Solo al hacer el recuento total de los daños pudo estar en condiciones de perdonar con conciencia y libertad. 

 

El que perdona la ofensa cultiva el amor; el que insiste en la ofensa divide a los amigos. Proverbios 17:9 NVI 

 

En nuestro caso, el perdón trajo reconciliación. Pero no siempre es así. Hay situaciones en las que el daño es demasiado profundo, y el agresor no muestra señales de cambio. En esos casos, lo más sano es mantener una distancia. Sin embargo, que esa distancia no impida avanzar en libertad. 

Aquella tarde de lunes, víspera del Día del Padre, fue un regalo que solo el perdón genuino —doloroso, sí, pero liberador— puede otorgar. 

 

»Porque si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre perdonará a ustedes las suyas. Mateo 6:14-15 NVI 


Pero todo el proceso anterior habría sido imposible si no hubiéramos reconocido que también somos pecadores. Mi esposa dio ese paso hace muchos años, incluso antes de conocernos. Reconocerse necesitada del perdón divino fue su puerta de entrada a la verdadera libertad. 

Yo lo experimenté más tarde, ya entrado en años y después de muchas malas decisiones. Pero Dios estuvo dispuesto a perdonarnos. Sin excusar nuestras faltas, sin negar el pecado ni minimizarlo, Él —a diferencia de muchos— siempre está abierto a la reconciliación, y a ponernos en la relación correcta con Él. 

 

Después de haberlos elegido, Dios los llamó para que se acercaran a él; y una vez que los llamó, los puso en la relación correcta con él; y luego de ponerlos en la relación correcta con él, les dio su gloria. ¿Qué podemos decir acerca de cosas tan maravillosas como estas? Si Dios está a favor de nosotros, ¿quién podrá ponerse en nuestra contra? Si Dios no se guardó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos dará también todo lo demás? Romanos 8:30-32 NTV 

 

ORACIÓN: 

Padre, nunca podremos pagar tanto favor, tanto amor. No tenemos excusas para retener el perdón que Tú nos has extendido. Ayúdanos a comprender con claridad las ofensas que hemos recibido y a recorrer el camino del perdón con verdad, sin minimizar el daño, pero también sin olvidar que nosotros mismos hemos sido agresores. Necesitamos pedir perdón, primeramente, a Ti, y también a quienes hemos ofendido, para así poder vivir la vida plena y abundante que Tú nos ofreces, y que compraste con Tu sangre, Jesús. Amén. 

 

Ray & Lily 

*Basado en la lección 3 del módulo 3, Guía del Líder Celebremos la Vida* 


https://www.youtube.com/watch?v=5QgWW0AZQ

¿QUIÉN SE ME OPONDRÁ?

Y aunque tu principio haya sido pequeño, Tu postrer estado será muy grande. Job 8:7 NVI


Le gano la carrera al despertador y me encuentro más lúcido que de costumbre, me levanto sin sobresaltos y hago el menor ruido posible para no despertar a mi amada que aún se encuentra profunda en el mundo de los sueños. Constato con mi reloj y, en efecto, es muy de madrugada; sigiloso, me desplazo a las habitaciones superiores para tener un tiempo de meditación.


Frente a mi pequeña librera me encuentro un recuerdo que me entregó nuestra amiga Ángela, el cual contiene una fotografía del día de nuestra boda en la cual sostengo una rosa entre mi mano derecha; lo acompaña una inscripción del libro de Job. Abro las Escrituras y encuentro el lugar exacto de la cita, leo el contexto y no estoy muy convencido de que se aplique a mi vida, aun así, me tomo el tiempo para meditarlo.


Los minutos pasaron y, después de cantar una canción, me preparo para salir. Qué buena manera de comenzar el día, pienso. Recojo mis cosas y trato de no olvidar nada de lo que me será útil este día. Unos segundos antes de subir las gradas que me conducen al garaje, viene a mi memoria el lugar atípico donde dejé mi billetera la noche anterior. Genial. Todo en orden, con tiempo de sobra, y repito: ¡Qué buena manera de comenzar el día!


Mientras abro la segunda hoja de la puerta, siento bajo mi pie algo suave y viscoso. Mi zapato aplasta la sustancia que yace bajo él y un olor fétido asciende hasta mis fosas nasales. No quiero voltear a ver, ya sé de lo que se trata exactamente. Me ha ocurrido en otras ocasiones y las imágenes de mi vecina paseando a su mascota por las noches se vienen a tropel sobre mí. La he sorprendido en más de una ocasión, rampante, esperando que su perro termine su deposición frente a mi puerta.


Limpio el desastre, los minutos siguen avanzando, y decido bendecir a mi vecina. Después de todo, no tengo ninguna prueba de que fuera ella la causante del desastre; hay más perros en el vecindario, tantos como personas. Abordo el vehículo y me dispongo para el viaje que será un poco más lento por la hora en que salgo. Aun así, tengo tiempo de sobra y busco en mi dispositivo un mensaje que deseo escuchar. Su tiempo de duración sobrepasa el de mi llegada, así que conduciré con calma.


Disfruto las palabras y la historia que me es familiar, y por momentos quiero aplaudir al expositor por el enfoque que logró darle a su discurso. Estoy más cortés y generoso que de costumbre y cedo el paso sin hacer rabietas o crear conflictos. Comienza a amanecer y la lentitud del tránsito se está volviendo anormal. Finalmente, me percato de la causa, bastante lejos de mi destino aún: un conductor imprudente intentó dar la vuelta con su gigantesco camión en un lugar inadecuado y se estropeó justo en el momento de quedar atravesado, cubriendo casi la totalidad del paso en ambas vías.


La hora de ventaja se esfumó y ahora estoy bastante apretado en el reloj de entrada. Respiro profundo mientras medito en el mensaje que escuchaba y que está a punto de terminar. Trataré de continuar en el ritmo sin dejar que la amígdala cerebral me secuestre con su respuesta emocional intensa y desproporcionada a una situación que puede anular el pensamiento racional. Después de todo, comencé el día de la mejor manera posible y aún tengo un poco de tiempo.


Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, Filipenses 3:13 NVI


En las últimas semanas he tratado de enfocarme en lo que es pertinente hacer y dejar de lado todo aquello que, aunque parece bueno, puede distraerme de lo más importante. Siendo sincero, estaba pensando en dejar de hacer algunas cosas que tengo en agenda y poner todas mis fuerzas en aquello que mejor se me da. La frase Una cosa hago resonaba en mi cabeza y comencé a hacer mi lista mental de actividades, dándole prioridad a unas y relegando a otras al final. Hasta que entendí que no se trataba de cantidad, la una cosa hago, que debía hacer, sino que se trataba de prioridad.


Una sola cosa pido al Señor, y es lo único que persigo: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y buscar orientación en su templo. Salmo 27:4 NVI


Mi respuesta a la confusión, a la presión, la incomodidad, el cansancio, incluso el sufrimiento, debe ser una sola cosa, y esa debo buscar siempre. Luego de hacer esa única cosa que importa, puede que venga a mi mano muchas más cosas de las que creo poder manejar o puede que deba dejarlo todo y comenzar de nuevo. Ambas experiencias las he vivido personalmente: cuando me he apropiado de algo que se me demandó hacer y luego dejarlo; así también, cuando se me ha pedido hacer algo que va más allá de lo que creo poder manejar.


Y todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño; porque en los dominios de la muerte, adonde te diriges, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni sabiduría. Eclesiastés 9:10 NVI


Pero cualquier situación, sea grande o pequeña, me parezca poco o mucho, es imposible de manejar si no he buscado esa una sola cosa que me es menester hacer. Los excrementos de un perro en mi acera y mis consecuentes maquinaciones sobre el supuesto responsable; la densidad aumentada del tráfico causada por la desesperación de un conductor que consideró que cien metros más para dar la vuelta eran demasiados, para luego complicar todo más de lo que pudo imaginar. Qué decir de la muerte de un ser querido, la quiebra financiera de la institución en que guardabas todos tus ahorros, la traición de aquella persona en que depositaste tu confianza.


—Marta, Marta —contestó el Señor—, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor y nadie se la quitará. Lucas 10:41-42 NVI


Al igual que otros, también he juzgado mal a Marta por su mucho hacer, creyendo que la cosa que escogió María era la mera contemplación cercana a la inactividad y meditación de un monje tibetano. Se pueden hacer muchas cosas sin orar, sin preguntar o buscar dirección de Dios, y esto podría generar malas decisiones, complicaciones y dolores de cabeza. Pero, por otra parte, no hay manera de que vengamos a la presencia de Dios, que hagamos esa una cosa que se nos demanda hacer, sin que salgamos de ahí confrontados y empoderados para hacer todo aquello que es necesario hacer.


Pero los filisteos volvieron a avanzar contra David y desplegaron sus fuerzas en el valle de Refayin. Así que David consultó al Señor y este respondió: —No los ataques de frente, sino rodéalos hasta llegar a los árboles de bálsamo y entonces atácalos por la retaguardia. Tan pronto como oigas un ruido como de pasos sobre las copas de los árboles, lánzate al ataque, pues eso quiere decir que el Señor va al frente de ti para derrotar al ejército filisteo. 2 Samuel 5:22-24 NVI


La mayor enseñanza que aprendí de David es que, cada vez que hizo esa una sola cosa —ir delante de Dios y consultar, no asumir—, siempre salió con instrucciones precisas para enfrentar cada situación. Cuando omitió esta parte y actuó por cuenta propia, las cosas se volvieron un desastre. Requiere humildad, fe y valentía dejarse guiar por la instrucción que recibimos de lo alto. No es que nuestra inteligencia sea anulada; más bien es ponerla a disposición de una voluntad mayor y mejor. Salomón pidió bien cuando solicitó sabiduría; su padre pidió mejor al demandar estar siempre en la presencia de Dios.


Por cuanto el Señor y Dios me ayuda, no seré humillado. Por eso endurecí mi rostro como el pedernal y sé que no seré avergonzado. Cercano está el que me justifica; ¿quién entonces contenderá conmigo? ¡Comparezcamos juntos! ¿Quién es mi acusador? ¡Que se me enfrente! Isaías 50:7-8 NVI


Pedir que se cumpla la voluntad de Dios siempre será una oración peligrosa que nos puede demandar incluso la vida. Nuestro mayor ejemplo es Jesús en Getsemaní, pero tenemos casos bíblicos como el de Esteban, Juan el Bautista, Isaías (según la tradición), Zacarías hijo de Berequías, los profetas perseguidos (Hebreos 11) y los históricos como Policarpo de Esmirna, Ignacio de Antioquía, Perpetua y Felicidad, William Tyndale, Dietrich Bonhoeffer, Jim Elliot y los misioneros de la operación Auca en el Amazonas ecuatorial, solo por mencionar algunos.


«Es tal la angustia que me invade que me siento morir —dijo—. Quédense aquí y manténganse despiertos conmigo». Yendo un poco más allá, se postró rostro en tierra y oró: «Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Mateo 26:38-39 NVI


Ellos hicieron una sola cosa: buscaron a Dios primero. Y aunque sus vidas fueron entregadas, sus almas fueron preservadas. Porque cuando uno actúa bajo dirección divina, cuando consulta antes de avanzar, cuando elige sentarse a los pies de Jesús antes de moverse… entonces ninguna pérdida es derrota, ningún dolor es absurdo, ninguna muerte es en vano. Decidir vivir de esta manera —consultando, obedeciendo, sirviendo con todo lo que me venga a la mano, haciendo la voluntad del Padre— ¿quién se me opondrá?


¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?  Romanos 8:31 NVI


ORACIÓN:
Padre, hoy quiero lo mejor, no me conformo con menos. Voy a confiar en tu dirección y propósito. Finalmente, ¿Quién era yo antes de conocerte sino un cúmulo de orgullo y malas decisiones? Solo en ti mi vida cobró un rumbo aunque eso costó oportunidades, lugares y relaciones, pero hasta aquí me has ayudado, todo se obnubila frente al gozo, seguridad y certeza de vivir en tu presencia. Rindo mi vida y voluntad a la tuya pues estoy convencido que mi victoria está en ti Jesús. Amén. 


Lily & Ray 

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