Estabas angustiado, me llamaste y yo te liberé. Escondido entre las nubes tormentosas, yo respondí a tu llamado; te puse a prueba en las aguas de Meribá. Salmos 81:7 PDT
Amanece el día y hay un ambiente inhóspito, una capa gris rodea el entorno. No sé bien si es la bruma natural de las madrugadas de verano o el humo de automotores combinado con las volutas que emana el incendio del basurero de la ciudad, que se ha prendido en llamas. Puede que solo sea yo. Hoy me encuentro más introspectivo que otros días y mi carácter se torna un tanto taciturno.
No es la primera vez que me siento así y, mientras transcurre la mañana, se acentúa el humor meditabundo con el cual enfrento las tareas del día. Me desplazo a los diferentes lugares que debo visitar según mi agenda de diligencias para esta jornada. Hago una pausa al final de la mañana para refaccionar algo y hacer tiempo para mi próxima cita. El vaho se percibe en la atmósfera y, desde mi privilegiado lugar que me permite visualizar el movimiento citadino, las imágenes de personas se agolpan en mi mente.
Ocho mil millones de personas habitan la faz de la Tierra y cada una tiene su percepción de la vida, condicionada por las diferentes concupiscencias del alma y vicisitudes que les toca afrontar. La complejidad del ser humano en toda su constitución (espíritu, alma y cuerpo) es tan variada como única, así como el número de habitantes del mundo. Algunos buscamos el sentido de la vida, otros tan solo sobrevivimos el día a día; enfrentamos la existencia desde la superficialidad o desde una búsqueda profunda de sentido y significado.
Vanidad de vanidades —dice el Maestro—, vanidad de vanidades, ¡todo es vanidad! ¿Qué provecho saca la gente de tanto afanarse bajo el sol? Generación va, generación viene, mas la tierra permanece para siempre. Eclesiastés 1:2-4 NVI
Esta horda que se cierne sobre mí ya la he experimentado. La confusión que viene con ella fue disipada hace algunos años, cuando comprendí el porqué de sentirme así. El cúmulo de malas decisiones en mi vida me puso en una posición que me hacía desconfiar de mí mismo, de mi sabiduría y mis emociones. Siempre sospechaba que algo erróneo estaba haciendo para experimentar estas sensaciones. Parecía como si una nube negra de desgracias estuviera cerca, provocando escaramuzas mentales que afectaban hasta mis entrañas.
De las tinieblas y los oscuros nubarrones hizo su escondite, una tienda que lo rodeaba. De su radiante presencia brotaron nubes, granizos y carbones encendidos. Salmo 18:11-12 NVI
Mi clamor a Dios, recién descubierto para mí en ese tiempo, no parecía tener respuesta, según lo que mis sentidos comunicaban a mi cuerpo. Hasta que la verdad de su palabra trajo alivio a mi espíritu y alma. Cuando pensaba que Dios estaba distante era cuando más cerca estaba de mí. Pero su naturaleza santa, aproximándose a mi condición pecadora, provocaba ese choque de reinos y sus consecuentes reacciones.
Comprendí que su presencia no siempre llega como brisa apacible, sino también como un torbellino que sacude lo que no puede permanecer. Como con Moisés en el monte, como con Elías en Horeb, como con Job en su aflicción, Dios se manifiesta de maneras que a veces nos abruman, pero siempre con un propósito eterno. Su gloria es un fuego consumidor (Hebreos 12:29), no para destruirnos, sino para refinarnos como el oro (Zacarías 13:9).
¡Aplaudan, pueblos todos! ¡Aclamen a Dios con gritos de alegría! ¡Cuán imponente es el Señor Altísimo, el gran Rey de toda la tierra!
Salmo 47:1-2 NVI
Así como la bruma puede cubrir la ciudad pero no apagar el sol, los nubarrones de su presencia pueden parecer densos, pero detrás de ellos está su luz. Y cuando esos momentos llegan, en lugar de temer, hoy me rindo ante su soberanía. Me abrazo a la certeza de que en medio de la tormenta, Él sigue siendo Dios, escondido, pero nunca ausente. Pues, aunque todo parezca confuso y tormentoso, su propósito es claro: acercarnos más a Él, purificarnos y mostrarnos su amor inquebrantable.
A los que me aman, les correspondo; a los que me buscan, me doy a conocer. Conmigo están las riquezas y la honra, los bienes duraderos y la justicia. Proverbios 8:17-18 NVI
Ahora, cuando he clamado a Dios y las nubes tormentosas se asoman, sé que Él está cercano y obrando un bien mayor en mí. Aunque me sienta abatido, quebrantado, frustrado y sin fuerzas, está escondido por misericordia, ya que su presencia santa me consumiría, pero revelado en su palabra, la suma de la cual es verdad (Salmo 119:160). No temo a los oscuros nubarrones, pues, como lo revela el Salmo 18, Él se envuelve en ellos cuando viene a rescatarme y luchar por mi corazón.
El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido. Salmo 34:18 NVI
ORACIÓN:
Padre, cuán bueno eres, no hay palabras que puedan describir toda tu belleza, majestad y poder. Clamamos a tí por tu presencia y proximidad, conscientes de lo que pueda significar, permítenos ver más allá de los oscuros nubarrones, de esa bruma que nos abruma y podamos descubrirte y saber que tu deseo es estar lo más cercano posible a nosotros. Confiamos en tu amor y en la obra que estás perfeccionando en nuestras vidas, la cual continuará hasta el día que te veamos cara a cara. Amén.
Ray & Lily
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