Pero que pida con fe, sin dudar, porque quien duda es como las olas del mar, agitadas y llevadas de un lado a otro por el viento. Quien es así no piense que va a recibir cosa alguna del Señor; es indeciso e inconstante en todo lo que hace. Santiago 1:6-8 NVI
Imagina estar en el corazón de una planta nuclear de uranio. A tu alrededor, todo parece controlado: luces parpadeantes, monitores digitales, protocolos estrictos, personas con trajes blindados que se mueven con precisión quirúrgica. Pero en el centro de todo, oculto tras muros reforzados y capas de seguridad, yace un núcleo inestable… una sustancia volátil que puede liberar una energía inmensa o desatar una tragedia.
El uranio enriquecido no es en sí un enemigo, pero es impredecible. Basta una pequeña alteración en la presión, una falla en el sistema de enfriamiento, una grieta en el reactor… y la estabilidad se desvanece. En segundos, lo que era fuente de energía se transforma en amenaza. No hay lugar para el error. No hay margen para la distracción. El riesgo está siempre presente, aunque a veces se oculte bajo la rutina de lo cotidiano.
El aire se siente denso, como si supiera que todo depende de un equilibrio frágil. Un temblor, una falla humana, una decisión fuera de protocolo… y lo incontrolable se libera. Como seres humanos, también vivimos en un equilibrio precario, una fragilidad de la que somos poco conscientes. La inestabilidad puede surgir en el momento menos pensado: una ingesta inadecuada, un paso descuidado en terreno poco conocido, negligencia en el cuidado personal o la repentina inflamación del apéndice.
Y qué decir de los factores emocionales, que pueden ser igualmente volátiles. La neurociencia utiliza una metáfora para describir un fenómeno emocional muy fuerte: el “secuestro de la amígdala”. En este estado, la parte del cerebro llamada amígdala toma el control, bloqueando temporalmente la capacidad de pensar con claridad y llevándonos a tomar decisiones que luego lamentamos, ocasionadas por la dificultad para escuchar, razonar o resolver problemas en el momento, provocando reacciones desproporcionadas.
Jesús continuó: «Seguramente ustedes me van a citar el proverbio: “¡Médico, cúrate a ti mismo! Haz aquí en tu tierra lo que hemos oído que hiciste en Capernaúm”. Lucas 4:23 NVI
Recientemente, un dolor en la parte alta y posterior del calcáneo me impedía caminar con normalidad. Así desperté la mañana del domingo, pero no le presté demasiada atención. De todas formas, una de las cosas que hago todos los días —además de instruir, enseñar y promover el método de ejercicios conocido como Pilates— es investigar y practicar stretching y fisioterapia. Lo he aprendido de manera autodidacta, leyendo, viendo videos y estudiando con los recursos que tengo al alcance.
Con todo esto he obtenido buenos resultados, me ha permitido trabajar durante los últimos 15 años en este ámbito, incluso me atrevo a diagnosticar y el cuadro más atinado sería tendinitis aquílea de inserción (inflamación en la parte donde el tendón de Aquiles se une al hueso del talón), aunque esta última bien puede coexistir con bursitis retrocalcánea, ya que ambas estructuras están muy próximas.
El punto es que, aunque se trate de un área pequeña comparada con el resto del cuerpo, su mal funcionamiento produce una inestabilidad tal que roza lo inútil: me imposibilitó tanto, que tuve que bajar las gradas de mi casa gateando… y en reversa. Hasta el momento en que escribo, nada he podido hacer para mejorar mi condición, he tratado con las técnicas que conozco, pero sin éxito, he orado a Dios, pero los conocimientos compiten por tener la supremacía y hacen que mi fe fluctue.
Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo? Jeremías 17:9 NVI
La imagen de la planta nuclear, tan extrema y delicada, nos recuerda que a veces el corazón humano se parece mucho a ese reactor: lleno de fuerzas internas, emociones, heridas y decisiones mal canalizadas. Todo parece en orden desde fuera, pero dentro… hay una tensión que no se puede ignorar. La fe es absorbida por los hechos, y a duras penas podemos pedir. Dudamos, fluctuamos, y nos volvemos inestables.
«Yo, el Señor , sondeo el corazón y examino los pensamientos, para darle a cada uno según sus acciones y según el fruto de sus obras». Jeremías 17:10 NVI
¿Qué ocurre cuando vivimos así, con el alma al borde del colapso, sosteniéndonos apenas con nuestras propias fuerzas? ¿Qué hace Dios con nuestras zonas —y nuestra fe— inestables? Está claro que Él nos conoce profunda e íntimamente; sabe de nuestra fragilidad. Como se dice popularmente: “sabe de qué pata cojeamos” (y en este caso, literalmente). Pero eso no lo amedrenta.
Él conoce de qué hemos sido formados; recuerda que somos polvo. El hombre es como la hierba, sus días florecen como la flor del campo: Salmo 103:14-15 NVI
Pero aquí es donde el mensaje del Evangelio brilla con más fuerza: Dios no necesita estabilidad para obrar. No está esperando que seamos perfectos, consistentes o fuertes. De hecho, Él se especializa en intervenir justo en nuestro punto más débil. No para dejarnos ahí, sino para sostenernos, restaurarnos y formar en nosotros una fe más firme, una confianza más profunda.
La inestabilidad no lo aleja. Lo atrae. El Señor no huye del caos interior; entra en él como el Príncipe de Paz. Él no se asusta por nuestras crisis emocionales, nuestros diagnósticos médicos ni nuestras dudas existenciales. Nos encuentra ahí. Y nos sana ahí. Tampoco le sorprenden las guerras y amenazas nucleares en el mundo, está anuente, dispuesto a escuchar nuestro clamor para invitarlo a intervenir.
pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por lo tanto, gustosamente presumiré más bien de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo. 2 corintios 12:9 NVI
Tal vez te sientes como ese reactor al borde: intentando sostener tu mundo con protocolos, rutina y apariencias de control. Pero por dentro sabes que algo tambalea. Es tiempo de permitirle al Espíritu Santo entrar al núcleo, no para juzgarte, sino para estabilizarte desde adentro. Su presencia no solo enfría la crisis, sino que transforma la debilidad en testimonio.
»Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. Mateo 7:24-25 NVI
No temas reconocer tus puntos frágiles. No huyas de tu humanidad. Entrégala. Porque lo que para el mundo es un defecto, para Dios es una oportunidad para mostrar Su gracia. Él puede convertir nuestra culpa, vergüenza o miseria, en un llamado, propósito o ministerio. Hay un mundo convulsionado, que sufre, necesitado y como hijos de Dios estamos llamados a dar respuestas un mundo convulsionado y sediento de verdad, buscando respuestas que solo Dios puede dar. Nuestra mayor fortaleza puede ser nuestra debilidad, puesta sobre la roca firme.
TENDINITIS AQUILEA
La historia de Aquiles, relatada en la Ilíada y otras fuentes antiguas, cuenta que su madre, Tetis, intentó hacerlo invulnerable sumergiéndolo en las aguas del río Estigia. Pero lo sostuvo por el talón, y esa pequeña zona —no sumergida— quedó sin protección. Años más tarde, durante la guerra de Troya, una flecha lanzada por Paris alcanzó precisamente ese lugar, y fue mortal. Así, el “talón de Aquiles” se convirtió en una expresión universal para describir el punto débil, oculto o inadvertido, que todos tenemos... incluso los más fuertes.
El malestar que comenzó el domingo por la mañana se agudizó la tarde del martes. Entonces bajé el orgullo y llamé a mi amigo Jorge, quien me recetó un cóctel de tres medicamentos. Aún debí hacerme más vulnerable cuando, acostado en decúbito prono (boca abajo), quedé a expensas de las virtudes de mi amada Ileana, quien aplicó la dosis inyectándome en el cuadrante superior externo… del lugar donde la espalda cambia de nombre.
He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad. Jeremías 33:6 RVR
A la mañana siguiente asistí a una cita con Alfredo, otro amigo que se dedica a la terapia neuromuscular. Ahí me pinchó en múltiples ocasiones en el gemelo externo de mi pierna izquierda, hasta que todos los puntos gatillo fueron liberando la contractura, y así recuperé de nuevo la movilidad. Necesité humildad para pedir ayuda: primero a Dios, y luego a quienes fueron sus instrumentos. Esta vez, Dios me trajo sanidad con medicina, evitando así que se rasgara mi talón de Aquiles.
Todos también comieron el mismo alimento espiritual y tomaron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo. 1 Corintios 10:3-4 NVI
Y si hoy te sientes inestable, déjate encontrar por Aquel que nunca cambia. No necesitas estar fuerte para acercarte. Solo disponible. Cristo es la Roca que no se mueve.
ORACIÓN:
Señor, tú conoces cada rincón de nuestro corazón. Aun lo que intento ocultar conscientemente, como también lo que me es desconocido. Entra en mis zonas inestables, mis áreas débiles, aquellas de las que no me siento orgulloso. Restaura mi alma para que encuentre descanso en ti. Y haz de mi debilidad una plataforma para tu poder y tu gloria. Tú eres mi escondite, torre fuerte y roca. Eres tú mi gran amor. Amén.
Lily & Ray
https://www.youtube.com/watch?v=cKr27Bs_v8Y&list=RDcKr27Bs_v8Y&start_radio=1
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