Y aunque tu principio haya sido pequeño, Tu postrer estado será muy grande. Job 8:7 NVI
Le gano la carrera al despertador y me encuentro más lúcido que de costumbre, me levanto sin sobresaltos y hago el menor ruido posible para no despertar a mi amada que aún se encuentra profunda en el mundo de los sueños. Constato con mi reloj y, en efecto, es muy de madrugada; sigiloso, me desplazo a las habitaciones superiores para tener un tiempo de meditación.
Frente a mi pequeña librera me encuentro un recuerdo que me entregó nuestra amiga Ángela, el cual contiene una fotografía del día de nuestra boda en la cual sostengo una rosa entre mi mano derecha; lo acompaña una inscripción del libro de Job. Abro las Escrituras y encuentro el lugar exacto de la cita, leo el contexto y no estoy muy convencido de que se aplique a mi vida, aun así, me tomo el tiempo para meditarlo.
Los minutos pasaron y, después de cantar una canción, me preparo para salir. Qué buena manera de comenzar el día, pienso. Recojo mis cosas y trato de no olvidar nada de lo que me será útil este día. Unos segundos antes de subir las gradas que me conducen al garaje, viene a mi memoria el lugar atípico donde dejé mi billetera la noche anterior. Genial. Todo en orden, con tiempo de sobra, y repito: ¡Qué buena manera de comenzar el día!
Mientras abro la segunda hoja de la puerta, siento bajo mi pie algo suave y viscoso. Mi zapato aplasta la sustancia que yace bajo él y un olor fétido asciende hasta mis fosas nasales. No quiero voltear a ver, ya sé de lo que se trata exactamente. Me ha ocurrido en otras ocasiones y las imágenes de mi vecina paseando a su mascota por las noches se vienen a tropel sobre mí. La he sorprendido en más de una ocasión, rampante, esperando que su perro termine su deposición frente a mi puerta.
Limpio el desastre, los minutos siguen avanzando, y decido bendecir a mi vecina. Después de todo, no tengo ninguna prueba de que fuera ella la causante del desastre; hay más perros en el vecindario, tantos como personas. Abordo el vehículo y me dispongo para el viaje que será un poco más lento por la hora en que salgo. Aun así, tengo tiempo de sobra y busco en mi dispositivo un mensaje que deseo escuchar. Su tiempo de duración sobrepasa el de mi llegada, así que conduciré con calma.
Disfruto las palabras y la historia que me es familiar, y por momentos quiero aplaudir al expositor por el enfoque que logró darle a su discurso. Estoy más cortés y generoso que de costumbre y cedo el paso sin hacer rabietas o crear conflictos. Comienza a amanecer y la lentitud del tránsito se está volviendo anormal. Finalmente, me percato de la causa, bastante lejos de mi destino aún: un conductor imprudente intentó dar la vuelta con su gigantesco camión en un lugar inadecuado y se estropeó justo en el momento de quedar atravesado, cubriendo casi la totalidad del paso en ambas vías.
La hora de ventaja se esfumó y ahora estoy bastante apretado en el reloj de entrada. Respiro profundo mientras medito en el mensaje que escuchaba y que está a punto de terminar. Trataré de continuar en el ritmo sin dejar que la amígdala cerebral me secuestre con su respuesta emocional intensa y desproporcionada a una situación que puede anular el pensamiento racional. Después de todo, comencé el día de la mejor manera posible y aún tengo un poco de tiempo.
Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, Filipenses 3:13 NVI
En las últimas semanas he tratado de enfocarme en lo que es pertinente hacer y dejar de lado todo aquello que, aunque parece bueno, puede distraerme de lo más importante. Siendo sincero, estaba pensando en dejar de hacer algunas cosas que tengo en agenda y poner todas mis fuerzas en aquello que mejor se me da. La frase Una cosa hago resonaba en mi cabeza y comencé a hacer mi lista mental de actividades, dándole prioridad a unas y relegando a otras al final. Hasta que entendí que no se trataba de cantidad, la una cosa hago, que debía hacer, sino que se trataba de prioridad.
Una sola cosa pido al Señor, y es lo único que persigo: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y buscar orientación en su templo. Salmo 27:4 NVI
Mi respuesta a la confusión, a la presión, la incomodidad, el cansancio, incluso el sufrimiento, debe ser una sola cosa, y esa debo buscar siempre. Luego de hacer esa única cosa que importa, puede que venga a mi mano muchas más cosas de las que creo poder manejar o puede que deba dejarlo todo y comenzar de nuevo. Ambas experiencias las he vivido personalmente: cuando me he apropiado de algo que se me demandó hacer y luego dejarlo; así también, cuando se me ha pedido hacer algo que va más allá de lo que creo poder manejar.
Y todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño; porque en los dominios de la muerte, adonde te diriges, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni sabiduría. Eclesiastés 9:10 NVI
Pero cualquier situación, sea grande o pequeña, me parezca poco o mucho, es imposible de manejar si no he buscado esa una sola cosa que me es menester hacer. Los excrementos de un perro en mi acera y mis consecuentes maquinaciones sobre el supuesto responsable; la densidad aumentada del tráfico causada por la desesperación de un conductor que consideró que cien metros más para dar la vuelta eran demasiados, para luego complicar todo más de lo que pudo imaginar. Qué decir de la muerte de un ser querido, la quiebra financiera de la institución en que guardabas todos tus ahorros, la traición de aquella persona en que depositaste tu confianza.
—Marta, Marta —contestó el Señor—, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor y nadie se la quitará. Lucas 10:41-42 NVI
Al igual que otros, también he juzgado mal a Marta por su mucho hacer, creyendo que la cosa que escogió María era la mera contemplación cercana a la inactividad y meditación de un monje tibetano. Se pueden hacer muchas cosas sin orar, sin preguntar o buscar dirección de Dios, y esto podría generar malas decisiones, complicaciones y dolores de cabeza. Pero, por otra parte, no hay manera de que vengamos a la presencia de Dios, que hagamos esa una cosa que se nos demanda hacer, sin que salgamos de ahí confrontados y empoderados para hacer todo aquello que es necesario hacer.
Pero los filisteos volvieron a avanzar contra David y desplegaron sus fuerzas en el valle de Refayin. Así que David consultó al Señor y este respondió: —No los ataques de frente, sino rodéalos hasta llegar a los árboles de bálsamo y entonces atácalos por la retaguardia. Tan pronto como oigas un ruido como de pasos sobre las copas de los árboles, lánzate al ataque, pues eso quiere decir que el Señor va al frente de ti para derrotar al ejército filisteo. 2 Samuel 5:22-24 NVI
La mayor enseñanza que aprendí de David es que, cada vez que hizo esa una sola cosa —ir delante de Dios y consultar, no asumir—, siempre salió con instrucciones precisas para enfrentar cada situación. Cuando omitió esta parte y actuó por cuenta propia, las cosas se volvieron un desastre. Requiere humildad, fe y valentía dejarse guiar por la instrucción que recibimos de lo alto. No es que nuestra inteligencia sea anulada; más bien es ponerla a disposición de una voluntad mayor y mejor. Salomón pidió bien cuando solicitó sabiduría; su padre pidió mejor al demandar estar siempre en la presencia de Dios.
Por cuanto el Señor y Dios me ayuda, no seré humillado. Por eso endurecí mi rostro como el pedernal y sé que no seré avergonzado. Cercano está el que me justifica; ¿quién entonces contenderá conmigo? ¡Comparezcamos juntos! ¿Quién es mi acusador? ¡Que se me enfrente! Isaías 50:7-8 NVI
Pedir que se cumpla la voluntad de Dios siempre será una oración peligrosa que nos puede demandar incluso la vida. Nuestro mayor ejemplo es Jesús en Getsemaní, pero tenemos casos bíblicos como el de Esteban, Juan el Bautista, Isaías (según la tradición), Zacarías hijo de Berequías, los profetas perseguidos (Hebreos 11) y los históricos como Policarpo de Esmirna, Ignacio de Antioquía, Perpetua y Felicidad, William Tyndale, Dietrich Bonhoeffer, Jim Elliot y los misioneros de la operación Auca en el Amazonas ecuatorial, solo por mencionar algunos.
«Es tal la angustia que me invade que me siento morir —dijo—. Quédense aquí y manténganse despiertos conmigo». Yendo un poco más allá, se postró rostro en tierra y oró: «Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Mateo 26:38-39 NVI
Ellos hicieron una sola cosa: buscaron a Dios primero. Y aunque sus vidas fueron entregadas, sus almas fueron preservadas. Porque cuando uno actúa bajo dirección divina, cuando consulta antes de avanzar, cuando elige sentarse a los pies de Jesús antes de moverse… entonces ninguna pérdida es derrota, ningún dolor es absurdo, ninguna muerte es en vano. Decidir vivir de esta manera —consultando, obedeciendo, sirviendo con todo lo que me venga a la mano, haciendo la voluntad del Padre— ¿quién se me opondrá?
¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? Romanos 8:31 NVI
ORACIÓN:
Padre, hoy quiero lo mejor, no me conformo con menos. Voy a confiar en tu dirección y propósito. Finalmente, ¿Quién era yo antes de conocerte sino un cúmulo de orgullo y malas decisiones? Solo en ti mi vida cobró un rumbo aunque eso costó oportunidades, lugares y relaciones, pero hasta aquí me has ayudado, todo se obnubila frente al gozo, seguridad y certeza de vivir en tu presencia. Rindo mi vida y voluntad a la tuya pues estoy convencido que mi victoria está en ti Jesús. Amén.
Lily & Ray
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