CARBÓN HUMEANTE

Entonces el Señor le dijo a Satanás: «Yo, el Señor, rechazo tus acusaciones, Satanás. Así es, el Señor que eligió a Jerusalén te reprende. Este hombre es como un tizón en llamas que ha sido arrebatado del fuego».  Zacarías 3:2 NTV 

 

La noche me tragó con la lentitud de un mal recuerdo. No fue un sueño, tampoco una vigilia completa. Era ese territorio difuso donde el cuerpo duerme, pero el alma se inquieta; donde los párpados descansan, pero el cerebro no baja la guardia. Sentí que algo me apretaba desde adentro. La garganta, esa vieja enemiga de la infancia, había regresado con su ejército de fuego y cuchillos. 

 

Quise tragar, pero cada intento era como pasar vidrios. El aire se volvía escaso, caprichoso. Me invadió una angustia de niño: el mismo terror sordo que sentí alguna vez, solo, envuelto en fiebre, esperando que la noche pasara y que el dolor no ganara la batalla. Una congestión pesada me bloqueaba los sentidos, y en mi boca, las llagas ardían como carbones bajo una capa de sequedad inmunda. 

 

No había consuelo, ni alivio, ni tregua. Solo el zumbido de la fiebre, el silencio punzante del cuarto, y un hemisferio de mi mente que, despierto, desempolvaba memorias viejas como heridas mal cerradas. No era simplemente una enfermedad. Era una visita inesperada de mis años más frágiles. Amigdalitis. Un recordatorio de que todavía, a pesar de la edad y la fe, hay noches en que el alma también se enferma. En que la oscuridad se siente larga, y la esperanza, apenas un hilo. 

 

No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia. Isaías 42:3 RVR 1960 

 

Pero algo me sostuvo. No me caí del todo. Recordé la conversación sobre el albatros que duerme mientras vuela: un hemisferio descansa, mientras el otro está activo. Porque hay vuelos que no se cancelan, aunque el cielo esté herido. Seguí volando. Medio dormido, medio despierto, medio enfermo, pero en el aire. Sostenido por una gracia que no depende de mis fuerzas. No soy un campeón de la fe. Soy un tizón arrebatado del incendio (Zacarías 3:2), un pábilo que humea sin apagarse del todo (Isaías 42:3). 


Aun en noches así, cuando mi cuerpo arde y mi ánimo se apaga, Dios me mantiene en vuelo.  Soy el albatros del Espíritu con alas agrietadas, pero extendidas sobre un océano sin fin. La tormenta no me hunde. El humo no me consume. Y aunque duermo con medio corazón consciente, hay una chispa viva que no dejará de arder. Una chispa en la oscuridad… recuerdo que es uno de los nombres con que mi Padre me ha llamado. Una chispa, tan endeble que puede apagarse fácilmente, con tan gran potencial para causar un incendio. 

 

Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites? Salmos 8:4 RVR 1960 

 

Como el albatros que pasa años en vuelo, sobre mares interminables, aislado, con un solo hemisferio del cerebro activo para no caer, así también, como creyente, he tenido que atravesar largos periodos en los que siento que solo “medio cerebro” sigue en comunión, o que apenas tengo fuerzas para seguir. Pero no me estrello, porque el Espíritu me sostiene. Soy como un carbón humeante, un tizón arrebatado del incendio.   

 

Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. Romanos 8:11 RVR1960 

 

Hay etapas de la vida donde no se puede “aterrizar”. No hay descanso visible, pero Dios ha creado mecanismos sobrenaturales (como lo del hemisferio activo) para permitirnos avanzar mientras descansamos en Él. Aunque medio dormidos espiritualmente, Dios nos mantiene en el aire. No por nuestra fuerza, sino por su fidelidad. El Espíritu Santo obra incluso cuando no estamos plenamente conscientes, como el ave que duerme volando. En medio de rutinas, luchas internas o desiertos espirituales, hay un hemisferio despierto, una chispa viva, un pábilo que no se apaga. 

 

Pues antes que mi pan viene mi suspiro, Y mis gemidos corren como aguas. Porque el temor que me espantaba me ha venido, Y me ha acontecido lo que yo temía. No he tenido paz, no me aseguré, ni estuve reposado; No obstante, me vino turbación. Job 3:24-26 RVR 1960 

 

Mi amigdalitis pasará. Mientras tanto, las jornadas se sienten largas, con poca energía y a marchas forzadas. Como el albatros sobre el océano, volamos en trayectos largos, con medio corazón dormido, pero aun en el humo, aun en el desgaste, Dios no nos deja caer. Somos tizones humeantes, no desechados; cañas quebradas, no rotas; pájaros del viento, sostenidos por gracia. 

 

Él no permitirá que tropieces; el que te cuida no se dormirá. En efecto, el que cuida a Israel nunca duerme ni se adormece.  Salmos 121:3-4 NTV 

 

Por la mañana, gracias a los cuidados de mi esposa, tengo listos algunos medicamentos que me harán más llevadero el día. También ella estuvo durmiendo a medias, con un ojo despierto, pendiente de mí.  No me percaté, pero ella ha sido, muchas veces, el brazo extendido de Dios. Como si no durmiera, como si no se fatigara. Puedo sonreír confiado: me bastará el afán de esta jornada. 

 

Recostado, me quedo despierto pensando y meditando en ti durante la noche. Como eres mi ayudador, canto de alegría a la sombra de tus alas. Me aferro a ti; tu fuerte mano derecha me mantiene seguro. Salmos 63:6-8 NTV 

 

ORACIÓN: 

Padre, cuánto hay en la naturaleza que me habla de ti. Tus caminos son insondables y eres como una torre fuerte para mí. Puedo vivir confiado a la sombra de tus alas, acostarme en paz, dormir, y así mismo despertar, porque mi vida está en tus manos. Tu brazo me sostiene. Tus planes para mi futuro son de bien y no de mal. Mi esperanza está puesta en tu carácter bondadoso. Eres fiel. Amén. 

 

Ray & Lily 

 

https://www.youtube.com/watch?v=6RZwH5xjn7w

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