AUNQUE EL MUNDO ESTALLE

Señor, tú has sido nuestro refugio generación tras generación. Desde antes que nacieran los montes y que crearas la tierra y el mundo, desde los tiempos antiguos y hasta los tiempos postreros, tú eres Dios. Salmo 90:1-2 NVI


Es increíble estar sentado aquí, donde tantas veces fue el destino final de nuestras excursiones infantiles junto a mis hermanos y algunos amigos. Al recorrer los senderos del pequeño parque, plagado de puestos de comida y ventas (que en este día están cerrados en su mayoría) no puedo dejar de suspirar por las tantas aventuras que en este sitio viví. También me evoca mi época de padre con niños pequeños, junto a mis tres hijos mayores, y algunos sobrinos, pasábamos frente este lugar icónico, cuando nos dirigíamos a escalar la montaña “El Filón” para llegar al Parque Naciones Unidas.



Está bastante solitario, de personas quiero decir, y un atisbo de temor, como una punzada, se me cala en el corazón. Tengo mi motocicleta estacionada a unos metros y mi ordenador portátil en el maletín colgado en la espalda: — Podría ser víctima de un atraco — me digo para mis adentros, mientras una dulce voz desde mi interior me pregunta: — ¿Tienes miedo verdad? ¿Acaso no vives, desde hace más de 8 años, en una de las zonas más rojas de la ciudad de Guatemala y nunca te ha pasado nada?, siempre te he cuidado.



Me conmuevo y vuelvo a marcar en mi teléfono móvil el número de mi hijo Emanuel, lo aprendí de memoria. No hay respuesta en el dispositivo, sí la hay en mi espíritu. —No va a contestar, ni avenir — suspiro nuevamente con algo de resignación. Fueron unos 30 kilómetros de viaje aproximadamente, deseaba pasar tiempo con Él y sabía que estaba de vacaciones. Me siento tentado a ir a buscarlo a su casa, pero algo me detiene.



Me quedo absorto contemplando el paisaje, no estoy solo, una gran variedad de fauna me acompaña esa mañana, la cuenca del lago es hogar de muchas especies. Estoy sentado en una banca de hierro forjado, ligeramente oxidada por el paso del tiempo y la humedad constante del ambiente. A mi alrededor, el Parque Las Ninfas despierta en un silencio sereno, interrumpido solo por el susurro del viento que agita las copas de los árboles. A pesar de ser un lugar popular los fines de semana, hoy reina una calma casi sagrada, como si la naturaleza misma guardara reposo.



El sendero de piedra, algo irregular, serpentea entre árboles centenarios y arbustos nativos. Las ninfas, flores acuáticas que dan nombre al parque, que flotaban apacibles en los canales y espejos de agua, con sus hojas redondas y sus delicadas flores rosadas o blancas ya no se abren al sol como pequeñas oraciones al cielo, fueron trituradas por un equipo colocado en las cercanías de la orilla, convirtiéndolas en una especie de polvo acuático de color esmeralda, que el agua arrulla. Más allá, el lago de Amatitlán se extiende en un azul opaco, reflejando las nubes y las montañas que lo custodian a lo lejos.



Los cielos cuentan la gloria de Dios; la expansión proclama la obra de sus manos. Un día transmite el mensaje al otro día; una noche a la otra comparte sabiduría. Sin palabras, sin lenguaje, sin una voz perceptible, por toda la tierra resuena su eco; sus palabras llegan hasta los confines del mundo. Dios ha establecido en los cielos un hogar para el sol. Salmo 19:1-4 NVI



La vegetación es exuberante y diversa. Veo cipreses, jacarandas y matilisguates, algunos aún salpicados de flores moradas y rosadas, aunque otras ya alfombran el suelo con su breve gloria marchita. Helechos, musgos y enredaderas trepan por los troncos y cercas, recordando que aquí, la vida nunca deja de buscar su lugar.



La fauna es discreta, pero está presente si uno la observa con atención. Un grupo de garzas blancas reposa entre los juncos, inmóviles como estatuas, hasta que de pronto alzan el vuelo con elegancia majestuosa. A lo lejos, el canto rítmico de un zanate compite con los chillidos juguetones de unos loritos verdes que se persiguen entre los árboles. Un colibrí revolotea cerca, explorando una flor como si bebiera de un secreto invisible, el martilleo en los troncos es obra de algunos pájaros carpinteros, moteados en gris y con la cabeza naranja, el picoteo me hace cimbrar el corazón.



El Señor domina sobre todas las naciones; su gloria está sobre los cielos. ¿Quién como el Señor nuestro Dios, que tiene su trono en las alturas y se inclina para contemplar los cielos y la tierra? Él levanta del polvo al pobre y saca del basurero al necesitado; para hacerlos sentar entre príncipes, entre los príncipes de su pueblo. A la mujer estéril le da un hogar y le concede la dicha de ser madre de hijos. ¡Aleluya! Salmo 113:4-9 NVI



En el aire flota una mezcla de aromas: tierra húmeda, hojas frescas y el leve rastro de humo que emana de alguna cocina cercana, aunque los puestos están cerrados. Se oyen pasos ocasionales, alguna carcajada lejana y el constante murmullo del lago, como si respirara.

Desde esta banca, lo cotidiano y lo eterno se entrelazan. El parque no solo guarda memorias; las revive con cada brisa, con cada reflejo sobre el agua, con cada hoja que cae sin prisa. Me conmueve la creación y me quedo sin aliento, cuando de nuevo resuena esa voz en mi espíritu, ese eco infinito que me recuerda: — No te olvides de que esta no es tu morada permanente, no dejes de anhelar porque yo soy tu herencia y tu destino final.



Pero el día del Señor vendrá como un ladrón. En aquel día los cielos desaparecerán con un estruendo espantoso, los elementos serán destruidos por el fuego; y la tierra, con todo lo que hay en ella, será quemada. Ya que todo será destruido de esa manera, ¿no deberían vivir ustedes con devoción, siguiendo una conducta santa y esperando ansiosamente la venida del día de Dios? Ese día los cielos serán destruidos por el fuego y los elementos se derretirán con el calor de las llamas. Pero según su promesa, nosotros esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habita la justicia. 2 Pedro 3:10-13 NVI


Una marejada de emociones me sacude y pongo más atención a lo que observo, ciertamente la cuenca se ha venido deteriorando desde que tengo memoria, algunas especias que la habitaban ya están extintas y muchas de las aves migratorias que solían veranear acá, han buscado otros destinos. En la orilla diviso una silueta de hombre que porta una careta de esnórquel parece como salido del tracto digestivo de un rumiante, lleno de residuos viscosos que se deslizan por todo su cuerpo, ha colectado unos cuantos peces, los cuales abundaban en otros tiempos.



En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo. Filipenses 3:20 NVI



Disfruto el instante en todo su esplendor, inhalo profundo y encuentro deleite en lo que estoy viviendo, disfrutando el momento, decido compartirlo con un amigo que habita

cerca, es demasiado extraordinario. A los pocos minutos recibí su respuesta, pidiendo que lo espere y unos instantes estaba ahí sentado a mi lado. Compartimos conversaciones profundas y necesarias, entiendo el propósito de estar en ese “allí y ahora”, tengo los pies en la tierra, pero mi cabeza está en el cielo.



Aquí no tenemos una ciudad permanente, sino que buscamos la ciudad venidera. Hebreos 13:14 NVI



Nos despedimos y retomamos nuestros rumbos, me siento satisfecho aunque confrontado porque no tengo el equilibrio de vivir anhelando a Cristo, sin dejar de hacer lo que me corresponde en el aquí y ahora. Monto mi motocicleta y retomó la ruta con entusiasmo renovado, disfruto los parajes entendiendo lo efímero de su existencia, tomé la decisión de usar una carretera privada para evitar el complicado tránsito de transporte pesado. Una muy buena idea, una ruta hermosa con vistas espectaculares, la brisa soplando en mi rostro y la sensación de libertad, cuando de nuevo la voz: —¿Querías pasar tiempo con tu hijo? Pues yo también. Quería pasar tiempo con mi hijo — estaba implícito que ese hijo soy yo.



Queridos hermanos, les ruego como a extranjeros y peregrinos en este mundo, que se aparten de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida. 1 Pedro 2:11 NVI



El lago se muere y el mundo se corrompe, estoy acá para hacer una diferencia, fui rescatado de mi mala manera de vivir para ello, para llevar su presencia y amor a donde vaya, sabiendo que la creación comunica las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad (Romanos 1). Vivimos en un mundo lleno de belleza, pero también de dolor, injusticia y fragilidad. A veces es fácil aferrarse a lo que vemos: casas, logros, relaciones, sueños, pero la Palabra de Dios nos recuerda una verdad profunda y liberadora: la tierra no es nuestro hogar definitivo. Mi anhelo es vivir en balance, dando lo mejor de mí confiando que, aunque el mundo estalle, tu has preparado una morada para mí.



Tú, Señor, eres mi herencia y mi copa; eres tú quien ha afirmado mi porción. Bellos lugares me han tocado; ¡preciosa herencia me ha correspondido! Bendeciré al Señor, quien me aconseja; aun de noche mi corazón se instruye. Siempre tengo presente al Señor; con él a mi derecha, nada me hará caer. Salmo 16:5-8 NVI



ORACIÓN:

Señor, gracias porque aunque vivimos en este mundo, no somos de aquí. Ayúdame a vivir con la mirada puesta en ti y en el hogar eterno que has preparado. No quiero aferrarme a lo que se desvanece, sino caminar como un peregrino que confía en tu promesa. Enseñame a vivir ligeros de equipaje, con el corazón puesto en lo eterno. Sin despreciar la vida aquí, sino de recordar que somos embajadores, no residentes permanentes. Amén.



Lily & Ray


https://www.youtube.com/watch?v=CorwsdUzxLU

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