Pero el ángel dijo: «No tengan miedo. Miren que traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Lucas 2:10-11 NVI
Ya había comprado manzanas, papaya y piña (la cual provenía de Costa Rica), plátanos no había por ninguna parte y mucho menos coco. Oscurecía y me di a la tarea de correr al supermercado para conseguir algo de canela. Aunque no eran todos los ingredientes necesarios, si eran suficientes para hacer el ponche de frutas, tradicional en mi patria natal. Estaba seguro de que lograría emular, al menos en parte, el dulce sabor de la navidad guatemalteca.
No había bullicio por doquier, tampoco
nerviosismo y algarabía, nadie estaba haciendo compras de última hora, a decir verdad,
parecía una noche cualquiera en la ciudad de Estambul, la antigua
Constantinopla. Algo no cuajaba en mi interior. Me sobraban los dedos de la
mano para contar las casas adornadas con luces y tenía que hacer un esfuerzo,
estirando el cuello, para lograr ver por la ventana de la cocina el árbol
navideño de unos vecinos. Mi mente peleaba por tener referentes que lograran
poner un cable a tierra que me aterrizara.
La última muñeca que le regalaría a la más
pequeña de mis hijas estaba envuelta con papel periódico del diario Hürriyet
(eso creo), mi corazón partido por los hijos que no vería ese año. Había
perdido todo y no encontraba la luz que había esperado recibir de Jesús. Ese
mismo año había abierto mi corazón al Salvador del mundo y estaba en la tierra
donde Constantino había vuelto oficial el cristianismo. Me parecía un chiste de
mal gusto y la famosa noche de paz no se hacía presente, solo había incertidumbre
y culpa.
La
necedad del hombre le hace perder el rumbo y su corazón se irrita contra el
Señor. Proverbios 19:3 NVI
Más que gratitud, tenía reclamos por hacerle a Dios, ya le había declarado mi deseo de seguirle, pero las cosas no estaban saliendo como esperaba, es más, se complicaban a cada torpe intento de seguir su voz. Mi cosmovisión de lo que era una vida con Él, estaba llena de tradiciones, religiones y cultura, que me llevaron a crear mi propia versión de Dios, la cual no encajaba en ninguna forma con lo que estaba experimentando. Había fundido todas mis ideas y preconcepciones del creador del universo y en ese momento no era tan distinto al pueblo de Israel que se fabricó un becerro de oro, al igual que ellos, había creado mi propia versión de Dios.
El intento por conocer mi propósito en la vida estaba fallando, pues primero era necesario conocer al autor de la vida y borrar la mala imagen que de él tenía. No era un Dios a mi servicio, cual genio de la lámpara, no era un amuleto o ídolo que podía complacer con un cúmulo de ritos y oraciones repetitivas, no, era muy distinto de lo que podía haber imaginado. No estaba interesado en mis sacrificios y limosnas, era un ser vivo que tomó muy en serio mi deseo de conocerlo. A este Dios le interesaba mi corazón, y no como un trofeo, estaba comprometido a sanarlo y reconstruirlo.
Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada. Lucas 2:7 NVI
Mi navidad no se sentía dulce y el problema radicaba precisamente en eso, pensaba que se trataba de mí, de mi alegría, de mis costumbres, de mi familia, etc. Había cambiado el enfoque de quien era el motivo de la celebración y le había quitado su lugar, tal cual lo narra Lucas en su evangelio, Jesús nació en un establo porque no había espacio para ellos. A pesar de haber hecho una oración invitándolo a mi vida, la verdad es que no le había hecho espacio en mi corazón el cual, si cabe la analogía, estaba igual de inmundo y maloliente que un establo.
Ese diciembre del 2009 marcó una diferencia, mi puño cerrado apretaba el empaque con la canela, caminé el regreso escuchando una canción que invitaba al Espíritu Santo a limpiarme, purificarme y a conocerlo. Fue el punto de quiebre donde me rendí a dejar de fabricar un Dios para mi vida y comencé a conocer al Dios de la vida. Dejó de ser una parte de mi vida para convertirse en mi vida entera. Quité los límites y me sumergí en la inmensidad de su amor.
No dejaban de reunirse unánimes en el
Templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida
con alegría y generosidad, alabando a Dios y disfrutando de la estimación
general del pueblo. Y cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo
salvos. Hechos 2:46-47 NVI
El intercambio de la cruz comenzó su evolutivo
proceso donde fui cambiando tristeza, vergüenza, dolor, enfermedad, quebranto,
incluso lo que consideraba una dulce navidad, por su gozo. Dejé de celebrar un
día y comencé a celebrar cada día, ha vivir uno a la vez, cómo si fuera el
último. No que menosprecie la celebración, todo lo contrario, me parece poco un
solo día, una sola noche, quiero abrirle las puertas de mi corazón, de mi casa,
familia y todo lo que haga, cada día de mi vida. Que tenga acceso ilimitado,
que siempre haya espacio para Jesús.
Por encima de todo, vístanse de amor, que
es el vínculo perfecto. Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la
cual fueron llamados en un solo cuerpo. Y sean agradecidos. Colosenses 3:14-15
NVI
Ahora sé que todo el alboroto, olores
especiales, adornos, luces y comidas, son vanos si no he experimentado la dulce
navidad de tener a Jesús dentro de mí, que de nada sirven vestirme de manera
espacial para la ocasión si no soy revestido de Cristo y su amor. No quiero
olvidar como estaba mi corazón pesebre cuando Él vino a mi vida y sin importar
mi condición me regaló el privilegio de un nuevo nacimiento, una nueva y dulce navidad.
En conclusión, ya sea que coman o beban o
hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios. Hagan como yo,
que procuro agradar a todos en todo. No busco mis propios intereses, sino los
de los demás, para que sean salvos. 1 Corintios 10:31,33 NVI
La noche de ayer, en ausencia de mi amada,
pasé una velada con mi madre y algunos de mis hermanos, entre todas las viandas
y manjares no podía faltar el delicioso y caliente ponche de frutas. Su dulzura
fue particular y esta vez no faltó ningún ingrediente, pero no era eso lo que
lo hacía especial, es el hecho de saber que me puede faltar todo, pero si tengo
a Cristo y su vida, podré experimentar una dulce navidad perpetua. Mi esposa
está pasando tiempo con sus niñas (así las llamamos aunque ya son mayores) y me
da mucho gozo. La extraño y mucho, pero sé que incluso puede llegar a faltarme
ella, pero no Jesús y la vida que ahora vivo en Él.
He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí. Gálatas 2:20 NVI
ORACIÓN:
Padre, que regalo tan grande es Jesús, no
escatimaste y diste lo mejor, no quiero quitar mis ojos de esa verdad. Ayúdame a
estar atento y mantener limpio mi corazón, que no me deje saturar por las
necesidades y afanes, que siempre tenga espacio para ti. No quiero olvidar que
lo más dulce de la navidad eres tú y tu gran amor. Me comprometo a compartir
estas verdades y llevarlas a todo aquel que las necesite. Amén.
Ray & Lily
https://www.youtube.com/watch?v=VVULDS4xM_g&list=RDVVULDS4xM_g&start_radio=1
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