«entre
tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones,
como en la provocación. » Hebreos 3:15
En julio de 2019,
mis horarios de trabajo no me permitirían apoyar el evento de dos días llamado
KAIROS. Llegué temprano para dejar a mi esposa en las instalaciones donde se
llevaría a cabo. No había planeado estar ahí, pero súbitamente mis citas para
ese día se cancelaron y tuve la disponibilidad para quedarme y ofrecerme cómo
voluntario en dónde hubiera necesidad.
Ya todos los
puestos estaban cubiertos, pero hacía falta un asistente de producción y fue
ahí que me ubicaron. Detrás de bambalinas, con un radio cómo medio de
comunicación para recibir indicaciones. Mis tareas eran pasar los micrófonos encendidos
a los exponentes y poner o quitar mesas cocteleras que les sirvieran de apoyo.
Los tiempos estaban marcados en un programa, pero mi labor principal era estar
atento a las indicaciones que se consignaban por ese medio. Las mismas venían
del productor general.
La mayor parte
del día la pasé en silencio, pues las instrucciones podían variar de acuerdo
con lo que iba aconteciendo. Aunque las consignas generales estaban delineadas,
la posibilidad de recibir contraindicaciones era posible. Mi proactividad
natural fue cauterizada por la sujeción a las consignas de la persona a cargo.
Pocas veces usé la
frecuencia para expresar una incógnita o requerir que se me repitiera la
instrucción. En quietud esperé hasta el final, cumpliendo con lo que se me fue
solicitado a lo largo de la jornada. Esto me hizo reflexionar sobre el deseo de
escuchar la voz de Dios y nuestra disposición a obedecer lo que de Él
recibimos.
'Dios,
habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres
por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien
constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; ' Hebreos
1:1-2
Dios nos ha hablado,
habla y hablará, la cuestión es si deseamos escuchar lo que él tiene por decir
o solamente queremos oír lo que ya tenemos determinado según nuestra propia
prudencia. En medio de nuestras dificultades y situaciones complicadas es
natural querer escuchar a la fuente de toda vida y sabiduría. La pregunta que
conviene hacernos es si realmente estamos dispuestos a seguir su consejo.
'Hay camino
que al hombre le parece derecho; Pero su fin es camino de muerte. ' Proverbios
14:12
La fe no es una
fuerza sobrenatural a la que tienen acceso unos cuantos, es más bien confianza
en sabiduría mayor a la nuestra. Esto puede significar sacarnos de nuestra área
de confort o de nuestras propias conclusiones de lo que es bueno o mejor para
nosotros. Para decirlo de otra forma, la fe está ligada a la obediencia.
'Por la fe
Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como
herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la
tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob,
coherederos de la misma promesa; ' Hebreos 11:8-9
En nuestra
cultura (hablo por mí) es común, que después de acudir al médico, no seguimos el
consejo o recetas que se nos dieron y comenzamos a practicar la automedicación
o los remedios caseros tan populares. Seguir la voz de Dios necesita un corazón
dispuesto a obedecer en plena confianza al facultativo en el área requerida. Y El
principal opositor para acatar la instrucción es nuestro orgullo, sobre todo
cuando se trata de procesos.
Nuestra intransigencia
en recibir de inmediato el remedio, a un mal que nos tomó años cosechar, nos
puede provocar frustración, mas si con atención seguimos la senda que se nos
traza, llegaremos al destino deseado. Los procesos pueden parecer vergonzosos y
viene a mi mente el caso de un ciego que fue sanado por Jesús, no sin antes
llevar sobre su rostro la vomitiva mezcla de tierra y saliva y recorrer el
trecho que lo separaba de un estanque público donde debía lavarse y completar
el milagro de su sanidad al volver (Juan 9:1-5).
Y que decir del flamante
general del ejército sirio que con todos sus logros y reconocimientos llevaba en
secreto la vergüenza de sufrir la devastadora lepra. El segundo libro de los
Reyes, en su capítulo 5, contiene el relato del renombrado militar. Una
doncella israelita cautiva informó a su esposa que un profeta de Samaria podía
curarlo y fue así cómo, con permiso del Rey fue a visitarlo en busca de su
sanidad.
'Y vino Naamán
con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo.
Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Ve y lávate siete veces en el
Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio. Y Naamán se fue enojado,
diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará
el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la
lepra. ' 2 Reyes 5:9-11
Naamán estuvo a
punto de perder el favor de Dios en su vida, debido al orgullo, que incluso lo
llevó a formular en su mente la manera en que debía ser sanado. Cuantas veces
me he acercado a Dios con las instrucciones precisas, de cómo solventar los
problemas y situaciones a donde mis malas decisiones me han llevado. Esto solo
a postergado experimentar la benignidad y amor de Dios en mi vida.
Afortunadamente
para Naamán sus mismos siervos lo persuadieron de seguir la sencilla
instrucción, de zambullirse en las turbias aguas del Jordán, para ser limpiado
de su vergonzosa lepra. Se me hace semejante a instrucciones que recibí, mientras
me embebía en las lagrimas de mi pena y auto conmiseración, “Ya deja de llorar
Raymundo, tus lágrimas no mueven mi mano, esta se mueve con fe y obediencia.”
CONTINUARÁ…
ORACIÓN:
Señor, que torpe e
ingenuo suelo ser, cuando pretendo traerte la solución para las diversas
situaciones que paso. Te pido perdón por el orgullo y arrogancia con el cual suelo
acercarme a ti. Rindo mi corazón delante de ti y abro mis manos a las
respuestas e instrucciones que tienes para. Quiero escuchar atentamente tu
opinión, tu parecer. Quiero escucharte hablar. Amén.
Ray & Lily
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