«Con paciencia esperé que el Señor me ayudara, y él se
fijó en mí y oyó mi clamor. Me sacó del foso de desesperación, del lodo y del
fango. Puso mis pies sobre suelo firme y a medida que yo caminaba, me
estabilizó». Salmos 40:1-2 (NTV)
10:55 de la mañana de un viernes, el tránsito está de lo más
pesado, algo ocurrió en los alrededores, pues se escuchan las sirenas sonar,
también una sinfonía de cláxones activados por la multitud de conductores
embotellados en las calles. En más de una ocasión me encontrado en esa
situación. Mi alumna tiene 25 minutos de retraso y me escribe para comunicar la
demora que ocasiona casi perderse su tan anhelada cita. Finalmente llega y le
restan sólo 15 minutos con los cuales se conforma.
Otro mensaje. La siguiente cita viene de la misma ruta y con
idéntico atraso, esto permite que podamos extendernos y completar la rutina que
tenía en mente. Al hacer un inventario de acontecimientos veo que de igual
manera yo estuve tarde en mi llegada. Medito en la ansiedad que suele causar en
mi interior y como todo cambió después de unos minutos, cuando ya me encontré
en mi destino. Pero mientras esto pasa estoy tentado a bocinar, vociferar e
incluso maldecir.
«La esperanza que se demora es tormento del corazón; Pero
árbol de vida es el deseo cumplido» Proverbios 13:12 (RVR 1960)
Hace unos días mi hijo logró completar los requisitos para
graduarse de educación media, algo que se había retrasado por algunos años.
Fueron múltiples las vicisitudes que atravesamos y por momentos muchos
perdieron la esperanza. Pero Dios había puesto una convicción en mi corazón de
que lo podía lograr.
«Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la
certeza de lo que no se ve». Hebreos 11:1 (NVI)
Lo increíble del caso fue que todo comenzó a marchar mejor
cuando tomé la decisión de soltarlo. Creo que no quería que se encontrara con
la cuesta arriba que significó para mí el no tener un título académico. Pero el
dejarlo por su cuenta y ofrecer únicamente mi apoyo emocional y moral, requirió
que mi fe aumentara. Además, tenía la promesa de Isaías 54 anclada en mi
corazón.
«El Señor mismo instruirá a todos tus hijos, y grande
será su bienestar» Isaías 54:13 (NVI)
Me pregunto si acaso me pasará lo mismo con la venida del
hijo de Dios. ¿Estaré viviendo con esa certeza, con esa convicción? Nuestra
vida debería ser un reflejo de esa verdad. Pero me encuentro con que suelo
relajarme y mis actitudes parecen decir que se está retrasando, y puedo darme
el lujo de caminar en la línea de la frontera de la santidad.
«El Señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden
algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere
que nadie perezca, sino que todos se arrepientan». 2 Pedro 3:9 (NVI)
Al ver detenidamente el texto de la segunda carta de Pedro,
me doy cuenta de que no se está dirigiendo a incrédulos, más bien a creyentes y
enfatiza “tiene paciencia con ustedes”, ahí estoy incluido yo. Hay tendencias
pecaminosas en mí, patrones de conducta de los cuales me debo arrepentir y
confesar, pues estoy llamado a vivir en la luz y la santidad.
La vida cristiana requiere de mantener un equilibrio entre
el llamado a la santidad, junto con la gracia y misericordia. Y esto sin desconfiar
en la espera de su llegada y nuestro perfeccionamiento. Hasta ese día se
mantendrá la tensión de reconocer que todos pecamos y nuestro llamado a caminar
en la luz.
«Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no
pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo
el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los
nuestros, sino también por los de todo el mundo». 1 Juan 2:1-2 (RVR 1960)
ORACIÓN:
Señor, admito que me cuesta esperar y en muchas ocasiones he
caído en la tentación, e incurro en acciones, que dejan mucho que desear en mi
papel como hijo y embajador de tu reino. Doy gracias por las escrituras que me
alientan a esperar con paciencia, aunque parezca que estás retrasado. Sé que
tus respuestas no llegarán cuando yo lo imagino, lo harán justo en tu tiempo y
no el mío. Ayúdame en mi fe, para que pueda mantenerme en la certeza de que tu
contestarás. Dame, amor por conocer tu palabra y todas las promesas que se
encuentran ahí guardadas. Amén.
Ray & Lily
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