Un agudo silbido me espabila de mis meditaciones, es la indicación de que el agua está hirviendo. Me levanto y me apresuro a detener el fuego de la estufa. Mi “french press” está lista a la espera de verter el agua caliente sobre el café molido. El aroma que emana es simplemente espectacular. Como diría mi amigo Tonny Hernández, “El café es la bebida oficial del cielo”. Aún debo esperar unos minutos para poder darle el primer sorbo, pero ya toda la planta superior de nuestra casa se llenó del olor.
Estamos en casa,
pues las disposiciones del gobierno para tratar de detener los avances de la
pandemia incluyen el toque de queda y las reuniones masivas están prohibidas.
Las medidas son algo desesperadas, pues la cantidad de contagios aumentó
desmesuradamente, así también las muertes. En mi cabeza hay una incógnita que
me da vueltas; ¿Será, que ya aprendimos la lección?
Esta crisis ha
sido una oportunidad, que de pronto no hemos aprovechado. Hay relaciones rotas
de familia, amistad y de otras índoles. La muerte asecha cada puerta y no
sabemos si habrá un mañana para algunos. La urgencia de perdonar y restaurar no
la hemos entendido. El delgado hilo de la vida se puede romper, pero insistimos
en nuestro egoísmo y no nos damos la oportunidad de ver los principios de Dios
actuando y trayendo vida.
El señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda
y lo dejó en libertad. »Al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus
compañeros que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el cuello y
comenzó a estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, le exigió. Su compañero se
postró delante de él. “Ten paciencia conmigo —le rogó—, y te lo pagaré”. Pero
él se negó. Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la
deuda. Mateo 18:27-30
Esta semana he sido confrontado con algunos de mis errores
del pasado. Varias charlas, donde la vulnerabilidad nos mostró sus beneficios, trajeron
a colación situaciones en las que aún no había pedido perdón, aunque estaba
claro de mi falla y la había traído delante de Dios, aún faltaba hacer el
recuento de los daños y restituir en los casos que es posible.
Pero Zaqueo dijo resueltamente: —Mira, Señor: Ahora mismo
voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes y, si en algo he defraudado a
alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea. —Hoy ha llegado la
salvación a esta casa —le dijo Jesús—, ya que este también es hijo de Abraham. Lucas
19:8-9
Cuando nos damos el chance de perdonar, recibir perdón y
restituir, salvación llega a nuestras vidas y casas. Esto nos puede hacer
enfrentar una pandemia y la muerte con esperanza y libertad. Aunque en nuestro
caso hay muchas cosas que no se podrán reponer: horas de juego y tiempo de
calidad en la infancia de nuestros hijos, promesas no cumplidas a un conyugue,
respeto y amor que no se dieron en su momento. Podemos confiar en un Dios capaz
de llenar todo vacío, si cumplimos con sus consejos. Como dice Charles F.
Stanley: “Obedezcamos a Dios y dejemos las consecuencias en sus manos“.
Hay una vida más abundante esperando por nosotros, pero no accederemos
a ella si no recibimos los efectos del perdón para luego extenderlos. Claro
está, no podemos dar nada que no hayamos recibido antes, por eso es necesario
hacer un inventario de nuestra vida y reconocer que hemos fallado en múltiples ocasiones,
pedir perdón delante de Dios y recibirlo. Cuando nos encontremos ante la
abrumadora gracia que se nos extiende, nunca más podremos negarla a quienes nos
han ofendido o defraudado. Particularmente, nunca tendré que perdonar tanto,
como a mi se me ha perdonado.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia
que él me concedió no fue infructuosa. Al contrario, he trabajado con más tesón
que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. 1 Corintios 15:10
Las palabras de Pablo hacen eco en mi corazón, aquel que fue
perseguidor de la iglesia de Jesucristo, se convirtió en el perito arquitecto
que puso los fundamentos de esta. Hay esperanza si nos volvemos a Dios. Podemos
volvernos los restauradores de aquello que destruimos, o al menos podremos
poner el fundamento para que Dios reconstruya lo que probablemente, nosotros
destrozamos.
Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la
fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras,
para que nadie se jacte. Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús
para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las
pongamos en práctica. Efesios 2:8-10
Podemos estrenar una vida nueva, libre de resentimientos,
heridas, amarguras y todo aquello que nos hace aferrarnos a la falta de perdón.
Podemos extender la gracia y conceder nuevas oportunidades, así cómo a nosotros
se nos ha concedido.
Un sorbo más
Mi café ya está tibio, me estiro un poco y con un movimiento
rápido consigo que me crujan las vértebras cervicales. Hay mucho trabajo que
hacer, debo actuar en fe y poner manos a la obra. No quisiera que la noticia de
un deceso acompañara el nombre de alguien con quien no arreglé cuentas. La
misericordia debe ser mi amada y la humildad no me puede faltar, pues ni siquiera
de la fe me puedo jactar. La fe que hoy profeso fue la respuesta a la oración
de una hermosa pequeña que deseaba que su padre creyera en Dios. Aunque pasaron
muchos años para que eso sucediera, estoy en deuda con ella y pagaré haciendo,
como mínimo, lo que ella hizo por mí. Comenzaré orando.
Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está
muerta. Santiago 2:17
Ray & Lily
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