EL ROSTRO DE DIOS

Con tono de voz firme y sin vacilar me explica algunas cosas que no logro comprender en su totalidad. Esta vida nueva tiene muchas aristas que no imaginaba. Pero con desenfado y confianza me contesta:  - Ya lo comprenderá. Las mañanas de los sábados sonaba mi teléfono, recordándome que tenía una cita de oración, ella misma me recogería para conducirme hasta el lugar.

 

Siempre atareada y con muchas responsabilidades. Al mirar atrás no sé cómo sacó el tiempo que invirtió en mi persona. Con ella aprendí a alabar a todo pulmón, no escatimaba a la hora de expresar su amor y devoción a su Padre. Me gustaba cantar a su lado pues así me escuchaba más afinado. Puede que lo que sucedía es que me oía menos a mí.

 

Un café espresso corto, era el final de nuestros almuerzos, dónde las conversaciones giraban en torno de Jesús, siempre apuntaba a él y su gracia. Gracia que le fue derramada en abundancia, misma que se convirtió en el combustible para mantenerle sonriente y animada.

 

El corazón alegre se refleja en el rostro, el corazón dolido deprime el espíritu. Proverbios 15:13

 

La conocí, junto a Lupita, en los tiempos que administraba un restaurante. Se volvieron clientas asiduas y comenzamos a desarrollar una amistad. Quisiera decir que sincera, pero la verdad es que en esos tiempos vivía escondido detrás de muchas máscaras y mi vida se sostenía, o al menos eso pretendía, basada en muchas mentiras. Fue allí la primera vez que les vi orar. Nuca imaginé que, con los años, ese pequeño gesto de piedad sería el recuerdo que me llevó a localizarles, cuando mi conducta me hizo colisionar contra la realidad de que iba en la ruta de la muerte eterna.

 

Me parecían personas raras, atípicas y en el fondo no entendía porque buscaban mi compañía. MI boca llena de ocurrencias y disparates, se mezclaba con el conocimiento adquirido en mi peregrinar por el mundo del arte, creando así una simbiosis entre lo encantador e intelectual. Solo era una fachada. Debajo de eso se ocultaba un niño herido, un padre ausente y tantas otras cosas. Creo que los epítetos que se listan en el capítulo 6 de la carta a los corintios me describirían de mejor manera.

 

¿No saben que los malvados no heredarán el reino de Dios? ¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. Corintios 6:9-10

Aunque estas dos mujeres comparten el mérito de haberme conducido a Dios, fue Silvita (cómo me gustaba llamarle) quien se vertió para hacerme caminar en mis inicios. No escatimó y con paciencia acompañó esos pasos mostrándome el rostro de Dios, por lo cual, fue la primera cara que pude asociar con el Espíritu Santo, del cual tuvo que estar llena, para convencer una cabeza dura y un carácter obstinado en sus propios razonamientos.

 

Pero les digo la verdad: Les conviene que me vaya porque, si no lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes. Y, cuando él venga, convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio; Juan 16:7-8

 

¡Ya queremos pastel, ya queremos pastel ¡

Mientras apagaba las velas del pastel, con un plato desechable, tuve el privilegio de recibir muchas palabras de afirmación por mi cumpleaños. Los testimonios de los amigos, de cómo mi vida les había bendecido, me llevaron a pensar en Silvita y su gesto de amor a uno que no tenía esperanza, causando un efecto en cadena para impactar a muchas otras personas.

 

Nadie puede dar lo que no tienen. Y nadie tiene nada que no haya recibido. La vulnerabilidad al contar su historia y de cómo el Señor Jesús le hizo libre de sus propios delitos y pecados, fue determinante para darme esperanza de poder cambiar. Su proceso de liberación, que incluían 21 días de ayuno solo con agua, entre otras cosas, me hicieron entender la necesidad de estar involucrado proactivamente en este cambio.

 

Por lo tanto, queridos hermanos míos, a quienes amo y extraño mucho, ustedes que son mi alegría y mi corona, manténganse así firmes en el Señor. Filipenses 4:1

 

Yo soy su corona y su alegría. Y ahora que ya no está estoy desafiado a seguir su ejemplo y volverme la primera imagen y fisonomía que algunos conocerán de Dios.  

 

¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas. Hebreos 11:38

 

El lunes pasado, después de recibir la noticia de su hospitalización y gravedad, me movilicé velozmente sobre la calzada Roosevelt, en la ciudad de Guatemala. No pude evitar que las lágrimas inundaran la mirada, empañando el recorrido y las memorias de nuestras aventuras juntos. Ese día tuve la certeza de que ya no le vería. Sabía que al lugar que va es mucho mejor de lo que yo pueda imaginar, aún así oramos, con muchos amigos clamamos por su recuperación.

 

 

Mucho valor tiene a los ojos del Señor la muerte de sus fieles. Yo, Señor, soy tu siervo; soy siervo tuyo, tu hijo fiel; ¡tú has roto mis cadenas! Salmo 116:15-16

 

El frío en el municipio de San Lucas, Sacatepéquez nos abraza. Lo mismo hace mi esposa desde mi espalda, sujetándose fuertemente, en nuestro viaje que nos lleva desde el cementerio al lugar pactado para la reunión. Al llegar nos espera muchas anécdotas de vidas impactadas por Letty (así le conocen allí). Al final el salón está lleno de sonrisas y conversaciones amenas, quedaron atrás los momentos lúgubres y taciturnos en el cementerio, donde tuvimos el privilegio de estar con su familia.

 

Nuestro deseo de retenerla no estaba motivado por el egoísmo de compartir con ella, más bien teníamos en mente que el mundo aún necesita gente así, hijos de Dios que no buscan la propia gloria, que desean que muchos sean alcanzados por la gracia, pero más que en multitudes, buscan personas con necesidad de un salvador. De uno en uno, llevar el mensaje de amor y esperanza. Nos es menester, convertirnos en uno de ellos.

 

Ray & Lily

 

https://www.youtube.com/watch?v=5k_Z86u9iF8

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