La noche anterior las estrellas no salieron, ni la luna; y si lo hicieron, el telón nunca se corrió para hacer su presentación. La mañana está fresca y húmeda, toda la noche llovió. El sol hace un esfuerzo para colarse entre los densos nubarrones y una fina brisa aún nos alerta de la inminente presencia del invierno guatemalteco. Con el casco y el impermeable puesto, me dispongo a enfrentar el día con entusiasmo, sabiendo que al salir me espera un denso tránsito y miles de conductores desesperados por llegar a su destino. Es media semana y el volumen vehicular está en su máxima expresión.
No han
pasado ni dos minutos y ya me encuentro en las interminables colas de vehículos;
el estrés es evidente, solo tengo que voltear a ver hacia los lados y a través de
la las ventanas veo rostros desfigurados por la impaciencia. Algunos fumando un
cigarrillo, otros con la mano en la frente, unos más con el ceño fruncido y
llenos de frustración. También los hay quienes lleva música de banda a todo
volumen.
Al llegar a
una curva pronunciada, donde converge el carril reversible que las autoridades
habilitan por las mañanas, hay un tumulto inusual. Todos están maniobrando para
esquivar algo en el camino. Pienso que puede ser un agujero, pero al estar
cerca me percato que es un cadáver. A nadie le importaba, es más con impaciencia
rodeaban al occiso. Al menos, pensé, no le pasaron por encima terminando de
aplastar lo que quedaba del animal.
Y le
dijo David: No tengas temor, porque yo a la verdad haré contigo misericordia
por amor de Jonatán tu padre, y te devolveré todas las tierras de Saúl tu
padre; y tú comerás siempre a mi mesa. Y él inclinándose, dijo: ¿Quién es tu
siervo, para que mires a un perro muerto como yo? 2 Samuel 9:7-8
El resto
del camino la pasé reflexionando sobre esa frase que se puede leer en el
segundo libro de Samuel “Un perro muerto cómo yo”. Cuantas personas en nuestro
país se sentirán de esa manera, peor aún, ¿a cuanta persona he tratado de esa
manera? con indiferencia, cómo si no valieran nada. Eso me constriñe y me
recuerda que hace algunos años, mientras estudiaba para hacer un personaje
llamado Sinacán, en una obra de teatro, me encontré leyendo a Luis Lujan Muñoz
y un pequeño libro que trataba sobre la historia de la colonia en Guatemala. Me
sorprendió muchísimo que estaba legislado el carácter tutelar de los criollos
sobre los indígenas, pues los consideraban inferiores y no capaces de desarrollarse
por si solos. Aún así eran considerados humanos, no así los de raza negra,
estos, hacia constar la ley, no eran ni siquiera considerados hijos de Dios.
Jesús
respondió: —Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos
ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio
muerto. Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo,
se desvió y siguió de largo. Así también llegó a aquel lugar un levita y, al
verlo, se desvió y siguió de largo. Lucas 10:30-32
La parábola
del buen samaritano vino a mi mente, he hice la analogía rápido y luego pensé “Realmente
no hemos cambiado mucho”. La indiferencia y el egoísmo; también la religiosidad
y egocentrismo nos hacen pasar de largo ante la necesidad del prójimo que está
próximo.
Uno de los tantos bocinazos matutinos me sacó
de mis meditaciones y una bocanada de saliva amarga se desliza lentamente en mi
garganta. Aún me falta mucho por hacer. pero ¿Qué exactamente debo hacer?
Cuando sinceramente
traemos nuestras preguntas a nuestro Buen Padre, el tiene las respuestas
amorosas para ellas. Fue sorprendente que ayer por la noche en el servicio sabatino
de la iglesia en la que nos congregamos, el tema del servicio, magistralmente
expuesto por el Arquitecto Asdrúbal Hernández, estuviera basado en la misma
parábola del buen samaritano.
El final
del mensaje trajo una respuesta clara. Dios no nos pide que hagamos algo con lo
que no nos haya equipado de antemano. Solo tenemos que ver un poco atrás, las
áreas en que nuestro trabajo cómo matrimonio ha sido más efectivo y podemos darnos
cuenta que ya nos proveyó lo necesario para hacerlo, el resto lo pone Él.
Dios, de
su gran variedad de dones espirituales, les ha dado un don a cada uno de
ustedes. Úsenlos bien para servirse los unos a los otros. ¿Has recibido el don
de hablar en público? Entonces, habla como si Dios mismo estuviera hablando por
medio de ti. ¿Has recibido el don de ayudar a otros? Ayúdalos con toda la
fuerza y la energía que Dios te da. Así, cada cosa que hagan traerá gloria a
Dios por medio de Jesucristo. ¡A él sea toda la gloria y todo el poder por
siempre y para siempre! Amén. 1 Pedro 4:10-11
Pero ¿Quién
es Jorge?
Jorge es mi
hermano residente en Alemania. Tiene muchas habilidades, entre ellas la cocina,
en ésta nos superó a todos los hermanos que hemos hecho el intento de
sorprender culinariamente a nuestros familiares y amigos. Pero el don más significativo
es su amor por los niños, innato totalmente. A Sus 45 años se graduó en Bremen
para poder trabajar con niños allá. Hace muchos años lo hizo, como educador, acá
en Guatemala, dentro de hogares y diversos programas para niños en riesgo.
Aunque no tiene un encuentro con Jesús y lleva heridas en su alma, está
tratando de cumplir su llamado con el cual Dios lo capacitó desde el principio.
Creo que debo dejar la indiferencia y llamarlo, curar sus heridas con vino y
aceite, para que continúe con su camino.
Se
acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó
sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Lucas 10:34
Ray &
Lily
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