IDENTIDAD

Un pequeño apartamento situado en un complejo habitacional de calles estrechas (callejones), nos tomo unos minutos ubicar su residencia, pues Eugenia (nombre ficticio) no sabía la dirección con exactitud. Preguntamos a unos muchachos y fueron ellos quienes nos condujeron hasta el lugar. Mi esposa se adelantó y fue ella quien llegó primero a la puerta. Yo empujé nuestra motocicleta por los estrechos pasajes, hasta lograr darle alcance.

 

Desde la entrada se puede percibir lo lúgubre y solitario del lugar, con poco mobiliario, solo lo indispensable. Su pierna inmovilizada por el yeso permanece apoyada sobre una banquita. Ella, sentada en la silla de ruedas, expresa su dolor y penas. Hay algo que se esconde en sus palabras, mismas que provocan que fluidos se escurran por las comisuras de su boca, que pronto limpia con un pañuelo que tiene en el hombro. No llega a los ochenta años aún, pero se le ve muy deteriorada. Su nariz y orejas, que no para de crecen en toda nuestra vida, han comenzado a desproporcionarse, acentuando la expresión de cansancio que las piel arrugada denota.

 

Se queja de sus lideres religiosos anteriores, de sus hijos, del dueño del apartamento y de un taxista que la estafó. Nos cuenta de su esposo (ya muerto) y de cómo volvieron a estar juntos después de un adulterio. Trabajó por largos años en el Hospital de Salud Mental “Doctor Federico Mora”, de donde obtiene una jubilación por parte de estado.

 

Dios mío, todas las mañanas te busco en oración; ¡yo te ruego que me ayudes! ¿Por qué me rechazas? ¿Por qué me das la espalda? Dios mío, todas las mañanas te busco en oración; ¡yo te ruego que me ayudes! ¿Por qué me rechazas? ¿Por qué me das la espalda? Desde que era joven he sufrido mucho; ¡he estado a punto de morir! Soy víctima de tus castigos, ¡y ya no puedo más!  Por ti ya no tengo amigos; me he quedado sin familia. ¡Ya solo me queda esta terrible oscuridad! Salmos 88:13-15,18

 

Es común que la gente se encuentra reaccionando enérgicamente cuando su "identidad" es amenazada. Todos tenemos formas de definirnos a nosotros mismos como una persona honesta y honrada, una buena madre, un gran abogado, el exitoso músico o deportista. Las luchas y las peleas surgen a menudo cuando sentimos que alguien está contradiciendo lo que creemos sobre nosotros mismos. Pero sobre todo surge un altercado interno por establecer quien somos.

 

Nuestra amiga Eugenia pelea una batalla por establecer su valía. Lo que se puede percibir, al entrar a su residencia es, que junto a ella cohabita el rechazo. Se le ha impregnado y ha invitado a otra indeseable compañera: la amargura. Desesperada por un poco de atención, se vuelve a quejar del dolor que siente en sus huesos, aunque es más grande el que tiene en su corazón. Por momentos se siente rechazada, incluso por su Dios.

 

La descalificación que surge en nuestra mente cuando una relación se rompe, nos lleva a batallar en la búsqueda de nuestra identidad. Las relaciones rotas son dolorosas, en especial cuando sentimos que nos ha «abandonado».

 

A eso de las tres de la tarde, Jesús clamó en voz fuerte: «Eli, Eli, ¿lema sabactani?», que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Mateo 27:46

 

Es muy esperanzador saber que Jesús mismo se sintió así. A causa de que todo el pecado del mundo cayó sobre él, mientras estaba en la cruz, parecía que el Padre volteaba a ver en otra dirección, lo que provocó que, al que él llamó su hijo amado, se sintiera totalmente desamparado. Y quien mejor que él para mostrarnos cómo salir de este fondo profundo.

 

Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos. Isaias 53:3

 

Jesús experimentó el rechazo a lo largo de su paso por esta tierra. Lo resistió su pueblo, los maestros de la ley e incluso sus discípulos lo abandonaron en la hora final. Tan consciente estaba Jesús del rechazo en su vida, que advirtió a sus seguidores que sería algo que deberían enfrentar en sus existencias.

 

Si el mundo los aborrece, tengan presente que antes que, a ustedes, me aborreció a mí. Juan 15:18

 

La palabra de Dios siempre trae esperanza y el conocimiento de la misma es el fundamento de nuestra fe. Ahí encontramos refugio y consuelo, fortaleza y nuestra identidad. Fue con ella en su corazón que Cristo pudo sobrellevar el rechazo pues ella apunta hacia él siempre.

 

Ustedes estudian[a] con diligencia las Escrituras porque piensan que en ellas hallan la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio en mi favor! Juan 5:39

 

Jesús sabía que su valor era eterno. Este valor proviene de relación profunda y dinámica con su Padre. No podía ser degradado de ninguna manera por los antagonistas y los que lo odiaban. Sabía que era hijo, amado y que deleitaba a su padre, el hecho de que la gente lo rechazara no cambiaba esta verdad.

 

El devocional “Criando hijos según la palabra” de Parenting by Design lo dice así: “Cuando nos convertimos en cristianos, nuestra identidad cambia para siempre a medida que nos vamos identificando como hijos de Dios. Nuestra valía ya no depende de cosas como la habilidad atlética, la belleza, la inteligencia o las opiniones de los demás, porque nuestra valía está arraigada en Cristo. Cuando entendemos Su obra en la cruz y aceptamos Su amor, podemos enfrentar los desafíos a nuestra identidad en la tierra.”

 

Y una voz del cielo decía: «Este es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él». Mateo 3:17

 

El cuadro de Eugenia pudo dejarnos en shock, pero sus comentarios terminaban apuntando y aferrándose a su esperanza en el Dios que la salvó. Me dio ternura y tranquilidad, ver una vieja biblia, sucia y manchada cerca de ella. También tiene gratitud y en repetidas ocasiones levantó sus manos al cielo, invocando a su padre celestial. Es notoria la carencia de una figura paterna en su infancia, o al menos la correcta. También las malas relaciones con sus familiares cercanos, causadas muy probablemente por ella misma. Pero aún allá esperanza en la palabra y la iglesia local. Esa fue la razón por la que llegamos a verle.

 

Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá en sus brazos. Salmos 27:10

 

Las dificultades que atravesemos en nuestras relaciones: matrimonio, trabajo, iglesia o con un amigo cercano. Por muy feo que se vea el panorama, siempre hay esperanza si levantamos nuestras manos al cielo y pedimos ayuda al Señor.

 

Yo, Señor, te ruego que me ayudes; por la mañana busco tu presencia en oración» Salmo 88:13

 

Ray & Lily

https://www.youtube.com/watch?v=SQzYPcpX1yk


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