Sus
pequeños y oscuros ojos me miran fijamente, mientras sostiene entre sus extremidades
un fruto del aguacate que casi le iguala en proporción. Los reducidos pulgares
y los restantes ocho dedos, más desarrollados, se aferran a lo que representa
una sustanciosa comida; nerviosa y ligera, logra abrir sus mandíbulas lo necesario
para incrustas los prominentes dientes, mismos que están bien desarrollados
para la ocasión. Me vuelve a dar una
mirada desde la frontera entre el jardín y la grada de concreto; con agilidad,
gracia y veloces saltos, se aleja a los arbustos dónde se pierde de mi vista.
La
naturaleza está muy activa este día. Además de las ardillas, también el cenzontle
hace su aparición; unas semanas atrás, se le veía mientras diligentemente
construía el nido para albergar sus huevecitos, que hoy ya son polluelos demandantes
de alimento. Con pequeños saltos recorre
es césped en busca de gusanos o pequeños insectos que cumplirán las veces de
desayuno para su recién estrenada prole.
Viento
fresco, sol radiante, cielo peinado de nubes blancas que evocan pensar en lo
que fue el jardín del edén. Cuanta vida y belleza, paz y armoniosos sonidos, provocan
un éxtasis sensorial que impulsa a nuestra alma a unirse al canto universal de
Aleluya.
Los
cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos.
Un día transmite al otro la noticia, una noche a la otra comparte su saber. Sin
palabras, sin lenguaje, sin una voz perceptible, por toda la tierra resuena su
eco, ¡sus palabras llegan hasta los confines del mundo! Dios ha plantado en los
cielos un pabellón para el sol. Salmo 19:1-4
Todo esto
me hace recordar el refrán que repetían mis padres “Después de la tempestad,
viene la calma” animándonos a ser optimistas cuando las circunstancias adversas
eran inminentes, pero que los cambios pueden suscitarse rápidamente convirtiéndose
en tiempos más favorables. Si tengo en cuenta las noches anteriores, también tiene
un sentido literal, aludiendo al tiempo atmosférico, pues apenas en la víspera
de estas imágenes celestiales y las tardes anteriores, las torrenciales lluvias
se desataron con violencia sobre nuestra ciudad. La pequeña casa que funge cómo
nuestro hogar; construida en plantas descendentes, estuvo punto de inundarse,
con las correntadas de agua que convirtieron la calle en un río de corrientes
rápidas.
En las
noticias se puede constatar de otros siniestros causados en diferentes zonas,
no importando es estatus económico, tanto elegantes edificios, cómo humildes
moradas, fueron afectados por unas cuantas horas de lluvia. Doy gracias a Dios por su pacto de nunca más
destruir la tierra con un diluvio que dure cuarenta días y cuarenta noches.
Cuando
Noé tenía seiscientos años, precisamente en el día diecisiete del mes segundo,
se reventaron las fuentes del mar profundo y se abrieron las compuertas del
cielo. Cuarenta días y cuarenta noches llovió sobre la tierra. Génesis 7:11-12
Pienso en la
razón de que esto ocurriera. El magnánimo Dios del Universo toma una decisión
tan radical con su propia creación, a la cual Él mismo había declarado que era
buena en gran manera.
Al ver el Señor que la maldad del ser humano en la tierra era muy grande, y que todos sus pensamientos tendían siempre hacia el mal, se arrepintió de haber hecho al ser humano en la tierra, y le dolió en el corazón. Génesis 6:5-6
Sabemos que
Dios es grande en misericordia y lento para la ira. El hace promesas que cumple;
el arcoíris (según Génesis 9) es la señal de su pacto de nunca más volver a destruir,
por medio de un diluvio. Aunque ahora esta señal ha sido usurpada con otros
fines, ese es su significado original.
Tu
hermana Sodoma y sus aldeas pecaron de soberbia, gula, apatía, e indiferencia
hacia el pobre y el indigente. Se creían superiores a otras, y en mi presencia
se entregaron a prácticas repugnantes. Por eso, tal como lo has visto, las he
destruido. Ezequiel
16:49-50
CONTINUARA…
Ray &
Lily
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