Cerca de mis 20´s me topé, mientras trabajaba en un proyecto para remozar el Museo de Arte Moderno de Guatemala, con una serie de libros sobre arte universal, fruto de una donación que recibió la institución en aquella época. Tenían un olor ha guardado y un poco de humedad, al hojearlos con avidez, noté que su gran mayoría estaban en francés. Una en particular llamó mi atención. Este tenía en su portada, la imagen de una escultura del artista ruso Naum Gabo. Trataba sobre el constructivismo ruso.
Mi deseo
por comprender el contenido de esta biblioteca, me llevó a tomar la decisión de
aprender aquel idioma. No puedo negar que también me influenció la escultora
guatemalteca María Elena de Lamport, quién amaba París y en esa misma época, me
invitaría a participar en un proyecto de restaurante de cocina francesa, junto
a su hijo mayor.
Al mismo
tiempo que avanzaba en el conocimiento de la lengua, también conocía algo
acerca de la cultura y el país dónde se originó. Por supuesto aprendí mucho
sobre París, que una época fuera la capital mundial del arte. Pero la ciudad
también es conocida por el entorno romántico que la envuelve, por lo es llamada
se le conoce a aquella ciudad cómo “La ciudad del Amor”.
Hay muchas
razones por las que se le nombra así, entre ellas: El río Sena, La Torre
Eiffel El Temple Romantique, sus
puentes, uno de ellos el Pont des Arts, que está plagado de candados que las parejas
ponen como símbolo de su amor eterno, La
catedral de Notre Dame y el famosísimo Moulin Rouge, que tanto inspiró al
artista Henri de Toulouse-Lautrec. Este último es representativo de la gran
cantidad de burdeles y cabarets que proliferan en la ciudad desde finales del
siglo XIX. Y es que probablemente confunden amor con sexo.
El francés,
es también conocido cómo el idioma del amor.
Nadie
tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. S. Juan 15:13
En mi mente
quisiera imaginar a que le llamaría Dios, la ciudad del amor y que
características tendría un lugar así. Pienso en esto recordando toda la
descripción que hace el apóstol Pablo en el capítulo 13 de su primera carta a
los corintios.
¿Cómo se
leería este pasaje si cambiara la palabra amor por el gentilicio parisino?
Pero haré
acá el ejercicio de adaptar el texto a mi caso, es decir un guatemalteco:
El
guatemalteco es paciente y bondadoso. El guatemalteco no es celoso ni fanfarrón
ni orgulloso, ni ofensivo. No exige que las cosas se hagan a su manera. No se
irrita ni lleva un registro de las ofensas recibidas. No se alegra de la
injusticia, sino que se alegra cuando la verdad triunfa. El guatemalteco nunca
se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene
firme en toda circunstancia.
Pienso que
se aplicáramos esto a nuestra vida, podríamos convertir nuestra ciudad y
nuestro país en el lugar del amor, muy distinto a la idea romántica de París. Y
nuestro lenguaje de amor sería más que un idioma, se expresaría en múltiples
formas. Tomo aquí cómo ejemplo la idea que Gary Chapman expresa en su libro
“Los 5 lenguajes del amor”; si expresáramos amor con palabras de afirmación,
tiempo de calidad, actos de servicio, contacto físico (abrazos) y regalos.
¿Cómo serían nuestros matrimonios, familias y ciudades?
Todos
los creyentes estaban unidos de corazón y en espíritu. Consideraban que sus
posesiones no eran propias, así que compartían todo lo que tenían. Los
apóstoles daban testimonio con poder de la resurrección del Señor Jesús y la
gran bendición de Dios estaba sobre todos ellos. No había necesitados entre
ellos, porque los que tenían terrenos o casas los vendían y llevaban el dinero
a los apóstoles para que ellos lo dieran a los que pasaban necesidad. Hechos 4:32-35
Practicar
el amor es algo personal, es una decisión que comienza desde el hogar y se
extiende al mundo. El deseo de nuestro
corazón hoy es que: nuestra casa sea conocida como “el hogar del amor”, nuestra
congregación como “La iglesia del amor” y nuestra Guatemala cómo “La ciudad del
amor”
Nos
amamos unos a otros, porque él nos amó primero. Si alguien dice: «Amo a Dios»,
pero odia a otro creyente, esa persona es mentirosa pues, si no amamos a
quienes podemos ver, ¿cómo vamos a amar a Dios, a quien no podemos ver? Y él
nos ha dado el siguiente mandato: los que aman a Dios deben amar también a sus
hermanos creyentes.
1 Juan 4:19-21
Ray &
Lily
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