EN EL ESTADIO

 A los 7 años de edad nos mudamos con nuestra familia a la ciudad de Villa Nueva, y entre todas las cosas que parecían novedosas, nos resultaba especialmente atrayente el estruendo que ocasionaban las ovaciones, lamentaciones y celebraciones del público en el estadio de futbol.

 

Vivíamos a un kilómetro de distancia y parecía que lo teníamos a la vecindad. Hacía que nuestro pecho saltara y un deseo por estar en ese lugar nos inundaba. Era realmente atrayente escuchar el clamor de miles de espectadores cantando al unísono.  Tanto era así, que encontramos maneras de colarnos a las instalaciones. Debíamos haber desayunado y dejar hechas las tareas para poder tener permiso de asistir al espectáculo.

 

Estar en el lugar era algo increíble, para mi persona y mis tres pequeños hermanos varones que me seguían. Ser parte del evento nos daba cierto sentido de pertenecía e identidad con el uniforme local. Gritamos los goles y al salir jugábamos a ser algunos de las estrellas del equipo. Nos llevábamos a casa y nuestras vidas, la experiencia vívida de ser parte de algo mayor a nosotros mismos.

 

Aplaudan, pueblos todos; aclamen a Dios con gritos de alegría. ¡Cuán imponente es el Señor Altísimo, el gran rey de toda la tierra! Salmo 47:1-2

 

Al leer el salmo 47 encuentro un gran estruendo, jolgorio y alegría. Un desborde de emociones vertidas a la presencia del Rey del universo. Al compararlo con lo que se experimenta en nuestras congregaciones, me queda un vacío y encuentro una dicotomía con lo que ahí se vive. Me pregunto muchas veces ¿No es mayor lo que se sucede acá que en un estadio?

 

Después de cantar los salmos, salieron al monte de los Olivos. Mateo 26:30

 

No pensamos a menudo en Jesús cantando, pero lo hizo. Levantó su voz en adoración y alabanza al Dios Padre. Podemos preguntarnos continuamente cómo sonaba su voz, pero sabemos con certeza que cantó con más que su voz, y que elevó todo su corazón en adoración. Esto nos recuerda que Dios quiere ser alabado con cantos. “Estas palabras, interpretadas por una reverente imaginación, presenta una de las imágenes más maravillosas… Ellos cantan, y es imposible dudar de que Él dirigió los cantos.” (Morgan)

 

 

Claro que ahora lo veo así, pero yo no he sido muy diferente. Cuando el Señor me llevó a una pequeña congregación ubicada a inmediaciones del puente Belice, venía con una estructura mental y una “Manera de alabar”, por lo cual la música que allí se tocaba me parecía escandalosa y exagerada. En uno de esos momentos me atreví a dirigirme al Señor y decirle que, para nada, me gustaba. A lo que amorosa, pero firmemente, me contestó – No me importa, de todas formas, es para mí, no para ti.

 

Su respuesta se me estrelló en el ego y quebrantó mi corazón. La alabanza no se trata de mí, se trata de Él. Todo se trata de Él, pues cómo dice Pablo a los Colosenses “todas las cosas fueron hechas por él y para Él”.

 

Pero aún me pregunto ¿Qué cantó Jesús ese día?, ya que el capítulo 26 de Mateo comienza con el mismo Jesús declarando a sus discípulos que debía ser entregado y crucificado; continua con la conspiración de los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo; le sigue el derramamiento de perfume de nardo por una mujer, como señal de ungimiento para su sepultura. Cómo si fuera poco, el evangelista continua con el acuerdo de Judas y los líderes religiosos para entregar a su maestro, a quien descaradamente, durante la cena, mojando el pan en su plato, le pregunta —¿Acaso seré yo, Rabí?

 

Sumado a esto, Jesús mismo, predice la negación de su amigo Pedro. Y canta. En medió de éste cumulo de zozobras canta. Luego, angustiado hasta la muerte, ora al Padre mientras sus discípulos más cercanos no pueden mantenerse despiertos una hora. Y finalmente, con un beso es entregado y lo arrestan; es juzgado extrajudicialmente por el concilio, golpeado y escupido, para terminar con la consumación de la negación de Simón. Uf, al leer te quedas sin aliento.

 

Es increíble que Jesús pudiera cantar en esta noche antes de su crucifixión. ¿Podríamos cantar en semejantes circunstancias? Jesús puede realmente ser nuestro líder de adoración. Deberíamos cantar al Dios Padre – como lo hizo Jesús – porque esto es algo que le agrada; y cuando amamos a alguien, queremos hacer cosas que les agraden. Realmente no importa si nos agrada o no a nosotros.

 

¿Pero qué cantó? Una cena de Pascua siempre se terminaba cantando tres Salmos conocidos como Halel, Salmos 116-118. Piense en cómo las palabras de estos Salmos le ministraron a mientras él los cantaba en la noche anterior a su crucifixión:

 

Yo amo al Señor porque él escucha mi voz suplicante. Por cuanto él inclina a mí su oído, lo invocaré toda mi vida. Los lazos de la muerte me enredaron; me sorprendió la angustia del sepulcro, y caí en la ansiedad y la aflicción. Entonces clamé al Señor: «¡Te ruego, Señor, que me salves la vida!» Salmo 116:1-4

 

¡Alaben al Señor, naciones todas! ¡Pueblos todos, cántenle alabanzas! ¡Grande es su amor por nosotros! ¡La fidelidad del Señor es eterna! ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! Salmo 117:1-2

 

Me empujaron con violencia para que cayera, pero el Señor me ayudó. El Señor es mi fuerza y mi canto; ¡él es mi salvación! Salmo 118:13-14

 

No he de morir; he de vivir para proclamar las maravillas del Señor. Salmo 118:17

 

Cuando Jesús llegó a Getsemaní, el Salmo 118 estaba sobre su boca. Sus labios son el mejor ejemplo de cómo debemos ser liderados en alabanza y adoración, por el mejor líder de todos los tiempos. Del autor y consumador de la fe. Jesús.

 

Ray & Lily

 

https://www.youtube.com/watch?v=zkb-3ZE_tJc

 

Referencias:

www.blueletterbible.org/Comm/guzik_david/spanish/StudyGuide_Mat/Mat_26.cfm

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