DULCES 16

Después de un suculento desayuno y la espléndida atención de Yoli, caminamos con nuestros hijos Sindy y Emanuel, por algunas calles de la antes conocida como Zona Viva, en la ciudad de Guatemala. Hacía tiempo que no teníamos ese tipo de recreo juntos, por ese sector.

 

El recorrido nos llevó a la que fuera nuestra librería preferida. Tenemos muchas historias en ella, incluyendo la dramatización del libro de Eduardo Halfon “Esto no es una pipa”. El aroma a papel y tinta tiene un efecto hipnótico en nuestras vidas. Fue realmente agradable estar ahí, pero al final, cómo cosa rara, salimos sin ninguna compra del lugar. Ni el libro titulado “No hay niños malos”, tampoco una versión bilingüe (español-japonés) del “Popol Vuh”, ni los ejemplares de “El hombre en busca de sentido” o “El hombre doliente” de Viktor Frankl, pudieron convencernos.

 

Las conversaciones fueron variadas y amenas. Muchos temas se tocaron someramente y en pocos aterrizamos algo concreto. Ideas de negocios en común y el estado de salud de cada uno en particular. Pero una de las pláticas llamó especialmente mi atención:  “déficit de hormonas femeninas”, lo cual le diagnosticaron a nuestra hija mayor.

 

Dijo ella: -El culpable es mi padre. Y que razón tenía, pues pasó por mi mente toda la memoria de nuestra relación cómo una película de Hollywood. La forma de invitarlas a nuestras aventuras y paseos, pero descuidando desarrollar su parte femenina. De allí que, en rara ocasiones, las dos mayores usen como atuendo un vestido.

 

También descuidé hacer relevantes esos momentos de transición, en que una niña da el paso a convertirse en mujer. No hubo celebraciones de 15 ó 16 años para ellas. tampoco es de extrañar el nulo interés en el día de su boda, el vestido que usarán o, yendo más lejos aún, no están interesadas en el matrimonio.

 

¿Culpa sana o enferma?

Más tarde, ese mismo día, asistimos virtualmente, a la celebración de los “dulces 16” de nuestra hija menor: Abigail. O Abbie, cómo nos gusta llamarle. En compañía de su padre biológico, vivieron una hermosa celebración del acontecimiento. Fue emocionante verla vestida y maquillada como una señorita. La entrega del anillo cómo símbolo de guardarse hasta su matrimonio, el cambio de los zapatos tenis por zapatillas y el baile con su “Papi”, cómo ella le dice, fue realmente emotivo.

 

Y vino a visitarme, una compañera de hace muchos años. Una indeseable consejera que marcó la etapa más importante de mi vida. La culpa. De ahí surge la incógnita de si acaso fue buena o mala para mí.

 

Me hizo bien haber sido afligido, porque así llegué a conocer tus decretos. Para mí es más valiosa tu enseñanza que millares de monedas de oro y plata. Salmo 119:71-72

 

El siguiente es uno de los comentarios que nos dan José Carlos Bermejo, Alejandro Rocamora y Toni Catalá en su libro Sanar la culpa. “La culpa sana sería esa señal que indica al viajero si su rumbo es correcto y hace bien, tanto a uno mismo como a los demás, si es constructivo de lo propiamente humano. La culpa es un sistema de alerta semejante al que experimentamos en nuestro cuerpo con el dolor físico, que nos avisa de que algo va mal en el organismo y da la voz de alarma para que pongamos remedio.”

 

En ese sentido, puedo decir que el dolor que inflige puede llegar a ser tan agudo, que no se compara con cualquier otro que se pueda sentir físicamente. Y dependiendo de nuestro umbral de tolerancia al dolor, reaccionaremos más temprano, o más tarde. Con las subsecuentes consecuencias que esto pueda acarrear.

 

La tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte. 2 corintios 7:10

 

Pero, si ya fuimos perdonados, sanados del efecto de nuestras malas decisiones, hemos restituido y restaurado -en la medida de lo posible- ¿Por qué la culpa vuelve a instalarse?

 

Me gusta como lo dice Alejandro Méndez: “La culpa nos recuerda de donde fuimos sacados”. Podríamos decir que es cómo esa cicatriz que conmemora el tamaño de la herida causada y la alegría de haber sido sanado, al menos, en alguno de los involucrados.  

 

Por fin recapacitó y se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Tengo que volver a mi padre y decirle: Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Lucas 15:17-18

 

Podemos concluir entonces que: La culpa puede ser una buena mentora, si nos conduce al arrepentimiento, no solo remordimiento; cuando produce un cambio de mente y acciones, para redireccionar al camino correcto. Puede que haya consecuencias irreversibles. Pero, ante todo, nos llevará a restaurar la relación más importante. La que necesitamos con nuestro buen padre Dios.

 

En consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. También por medio de él, y mediante la fe, tenemos acceso a esta gracia en la cual nos mantenemos firmes. Así que nos regocijamos en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y no solo en esto, sino también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado. Romanos 5:1-5

 

Hay mucho camino que recorrer para llegar a la plenitud de la relación con nuestros hijos. Pero la confianza está puesta en aquel que no ve imposibles y nunca ha perdido una batalla.  El mismo Jesús que nos rescató del pozo de la desesperación y de la culpa. Nuestro salvador que venció la muerte.

 

Ray & Lily

 

https://www.youtube.com/watch?v=tB2L2sq-f4E


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