La transición de risa a llanto es increíble; muchas veces me he preguntado como puede hacer ese cambio tan dramático. Normalmente es una mujer muy risueña y graciosa; Ocurrente, la llaman algunos. Muy distinta ahora de lo que fue cuando niño.
Físicamente de poca
estatura; pequeños ojos que ya se esconden entre los pliegues de su rostro. Su
sonrisa también ha cambiado, ya que sus blancos dientes fueron remplazados por una
dentadura artificial. Los padecimientos en su pierna le conceden tiempos de
retiro y descanso, pues sus extremidades inferiores parecen tener voluntad
propia y pocas veces encuentran quietud. Muy activa, le dicen otros.
Olor a leche materna,
así la recuerdo. Pues dio a luz once hijos en total. Su densidad ósea fue
afectada por ello. Lleva una carga en su corazón. Y es el deseo que sus hijos
estén bien. Aunque está orgullosa de ellos, no deja de preocuparse por cada
uno. Dos de ellos murieron; la primogénita y el octavo. La muerte de este
último la causó una herida muy grande y difícil de sanar.
Un lunar de canas
muestra el paso del tiempo. Nacida a mediados de la década de los cuarenta;
celebró el año pasado sus bodas de brillante con la vida. En medio de una
pandemia y adaptándose a la tecnología, saludó y fue abrazada digitalmente por
algunos de sus hijos.
A un día de su cumpleaños 76; Olguita, como le
dicen los que la conocen superficialmente. Es una niña, una mujer, madre y
abuela… y bisabuela. Que hasta hace unos años pasaba sus días con desesperanza,
sin tener la certeza de que pasaría con su descendencia. Hasta que una promesa
la acercó a la relación más hermosa, desinteresada y profunda de su existencia.
—Cree en el Señor
Jesús; así tú y tu familia serán salvos —le contestaron. Hechos 16:31
Fue el ofrecimiento de
que su prole alcanzará salvación y tener un destino eterno lo que hizo a mi
madre dar el paso de fe para recibir a Jesús en su corazón y vida; tuve el
privilegio de estar ese día ahí con ella y compartir ese momento especial, que
marcaría un proceso que la ha convertido en un ser con esperanza. Mañana en su
celebración seguramente pasará de risa a llanto y nos regocijaremos de poder
abrazarla y alabarla por su fuerza, para llegar hasta acá, superando tanta
adversidad.
Aunque mi padre y
mi madre me abandonen, el Señor me recibirá en sus brazos. Salmo 27:10
Huérfana de madre y de
padre por renuncia del mismo. Abusada físicamente con castigo y trabajo por su
tía; usada y abandonada por hombres que le ofrecieron amor y cuidado para luego
olvidar sus promesas; sumado el sentimiento de culpa por errores, que muchas
veces sus propios hijos le han achacado, no con palabras sino con actitudes. Mi
mamá es una sobreviviente del dolor, la vergüenza y la culpa.
Canten a Dios,
canten salmos a su nombre; aclamen a quien cabalga por las estepas, y
regocíjense en su presencia. ¡Su nombre es el Señor! Padre de los huérfanos y
defensor de las viudas es Dios en su morada santa. Salmo 68:4-5
El señor le ha
concedido buenos años, al fin. Una casa propia de la que siempre careció. Hijos
que han alcanzado logros que ella nunca imaginó. Nietos que le han disfrutado y
amado. Y por sobre todas las cosas un esposo; el mejor de todos. Jesús.
Esposos, amen a sus
esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para hacerla
santa. Él la purificó, lavándola con agua mediante la palabra, para
presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni
ninguna otra imperfección, sino santa e intachable. Efesios 5:25-27
Claro que mi madre me
causó dolor. Pero aprendí a verla desde todo lo que ella paso y desde sus
heridas, para perdonarla, así como yo fui perdonado. También tuve que pedir
perdón y reconciliarme con ella. Lo que marcó una nueva etapa en mi existencia
y abrió la puerta para poder ser esposo.
Aunque aún estoy en
entrenamiento, mi esposa es el regalo de la sanidad que Dios trajo a la
relación con mi madre. Si nos encontramos con Jesús, hay nueva vida y
oportunidad de experimentar su presencia para vivir con fe, esperanza y amor.
Porque, como lo dice el salmo 23, ciertamente el bien y la misericordia nos seguirán
todos los días de nuestra vida.
Pero de una cosa
estoy seguro: he de ver la bondad del Señor en esta tierra de los vivientes. Salmo 27:13
Ray & Lily
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