Recostado sobre él, mis manos jugaban con el pelo en su tórax. El color no era uniforme, estaba en su mayor parte canoso, algunos vellos oscuros quedaban. Su aroma era particular, aunque se le sumaba el olor a tabaco y algunas veces ron. Mis dedos jugueteaban con las tetillas de su pecho, imaginando que era un radio de transistores, al cual sintonizaba, subía y bajaba el volumen.
Su brazo me rodeaba.
Los músculos, ya envejecidos, conservaban mucha de su fuerza. Las historias de
hazañas que salían de su boca, lo hacían parecer más grande y fuerte de lo que
nunca imaginé. Soñaba reclinado en su regazo. Con él a mi lado no existía el
temor.
Con tu apoyo me
lanzaré contra un ejército; contigo, Dios mío, podré asaltar murallas. Salmos 18:29
Fue probablemente el
primer lugar dónde experimenté la intimidad. Éramos transparentes y no
sentíamos vergüenza, uno del otro. Así me apreciaba cerca de mi padre en mi
primera infancia. Al crecer, nos fuimos distanciando y la ruptura total, se dio
cerca de mis 14 años, después del colapso que rompió nuestra familia. Fue a esa
edad cuando me sentí abandonado por él. Mi roble fuerte se cayó. Aunque se
había desramado, a pocos, durante ya varios años. Y tuve que inventar otro
centro, otra roca, sobre la cual formar mi identidad de hijo.
Solo me quedaba mi
segundo nombre, el cual compartíamos. Domingo Rosales, es el nombre de mi
padre. De quien recibí, de primera mano, la intimidad.
Un nuevo modelo
John Wimber expresó:
«La capacidad de escuchar lo que Dios dice, ver lo que Dios hace y moverse en
la esfera de lo milagroso se dan cuando una persona desarrolla la misma
intimidad y la misma dependencia del Padre que tenía Jesús. ¿Cómo hizo Jesús
las cosas que realizó? La respuesta se encuentra en su relación con el Padre. ¿Cómo
haremos “mayores cosas que estas”, según la promesa de Jesús (Juan 14:12)?
Mediante el descubrimiento de esa misma relación de intimidad, sencillez y
obediencia».
Les digo la verdad,
todo el que crea en mí hará las mismas obras que yo he hecho y aún mayores,
porque voy a estar con el Padre.
Juan 14:12
Al conocer a Dios cómo
mi padre, tuve desconfianza y no logré desarrollar intimidad inmediatamente. Ha
sido un proceso en el que Jesús, con mucha paciencia, me ha modelado la manera
de confiar y depender totalmente de Él.
Es solo acercándose a
la persona de su hijo primogénito, ver su ejemplo, permanecer en Él y que sus
palabras permanezcan en nosotros, que podremos restaurar la relación personal
que se perdió con nuestro padre Dios. Para eso es necesario encontrar tiempo
para hablar con Él (oración), escucharlo (leer su palabra) y ser sencillo y
obediente a la guía de su Espíritu Santo. La dependencia de éste ultimo es la
clave del existo en la vida y ministerio terrenal de Jesús.
A través de los
Evangelios, Jesús habla de que su autoridad, su visión y misión estaban
motivadas por el deseo de agradar a su Padre Celestial.
Entonces Jesús
explicó: «Les digo la verdad, el Hijo no puede hacer nada por su propia cuenta;
solo hace lo que ve que el Padre hace. Todo lo que hace el Padre, también lo
hace el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. De
hecho, el Padre le mostrará cómo hacer cosas más trascendentes que el sanar a
ese hombre. Entonces ustedes quedarán realmente asombrados. Juan 5:19-20
Todo el dolor y
desconexión que sufrí con la figura de mi padre ha sido sanado. Los momentos
buenos y felices que pasamos junto, han sido afirmados por lo que ahora vivo con
mi Padre Celestial. Puedo recostarme en su pecho y escuchar el latir de su
corazón, sus palabras e historias de hazañas, han superado con creces lo que se
me modelo cuando niño.
Y ustedes no han
recibido un espíritu que los esclavice al miedo. En cambio, recibieron el
Espíritu de Dios cuando él los adoptó como sus propios hijos. Ahora lo llamamos
«Abba, Padre». Pues su Espíritu se une a nuestro espíritu para confirmar que
somos hijos de Dios. Romanos
8:15-16
Ray & Lily
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