Una de las afirmaciones más convincentes que hice en mi vida, cuando tenía cerca de 12 años, fue que nunca me casaría y que tendría hijos y los criaría solo. Aún puedo ver en mi mente el lugar de nuestra pequeña casa ubicada en el municipio de Villa Nueva. Una enorme pila, con dos lavaderos, que muchas veces hizo las veces de piscina y otras de criadero de caracoles. Estos últimos provenientes del lago de Amatitlán, a donde frecuentemente realizábamos caminatas, con mis hermanos. Fue en ese lugar preciso donde hice la declaración.
El recorrido para
llegar hasta el Parque las Ninfas, tenía algunas paradas técnicas. Los campos
de futbol en la colonia Venecia, contiguos al rastro (destazadero de reses) y luego
de subir la montaña, el Parque Naciones Unidas. Son innumerables las historias
que tenemos sobre esas aventuras de nuestra infancia. Fueron ellas las que,
además, crearon un fuerte vínculo entre hermanos. Debíamos protegernos y
asegurarnos de llegar a tiempo de regreso. Se fomentó amor y responsabilidad de
los unos por los otros.
Las tensiones
económicas en casa eran muy fuertes. No alcanzábamos a dimensionar lo difícil que
era para nuestros padres la manutención y educación de nueve infantes. Las
peleas eran cada vez más frecuentes. La violencia se acrecentaba y nosotros nos
cuidábamos los unos a los otros. Muchas veces me dirigía al patio trasero de
nuestra pequeña residencia, para gritarle al “diablo” que nos dejara en paz y
que se alejara de nuestras vidas.
La escasez, el alcoholismo
de mi padre y un nuevo embarazo fueron determinantes para lo que fue la ruptura
final de nuestra familia. El dolor, angustia, desesperanza, tristeza, hicieron
un coctel amargo y difícil de tragar, para cada miembro de aquella numerosa
familia.
Lejos quedaba la
alegría de nuestras excursiones, donde el asombro y la adrenalina de la
aventura, se mezclaba con el olor a pino del recorrido. Las vistas desde el mirador
y el anhelo por ver funcionar el teleférico. Los descensos por las resbaladizas
veredas desde el filón. Los mareos provocados por las continuas vueltas en los
viejos y oxidados juegos del parque. Nuestros sándwiches de huevo preparados
como provisión alimenticia para el viaje. El sabor de los elotes de maíz que cortábamos
por el camino. Nuestras noches de jugar a las escondidas (bote quemado) y a los
policías y ladrones (placa, placa policía). Tantos momentos felices quedaron obnubilados
por la desintegración familiar.
«Yo aborrezco el
divorcio —dice el Señor , Dios de Israel—, y al que cubre de violencia sus
vestiduras», dice el Señor Todopoderoso. Así que cuídense en su espíritu, y no
sean traicioneros. Malaquías
2:16
No es de extrañarse
que no quisiera casarme y que haya hecho tal acuerdo con tal convicción. En el
fondo de mi corazón culpaba a mi madre. Y me sentía traicionado por mi padre.
Pero tenía tal empatía por mis hermanos, que juré que cuando tuviera hijos los
cuidaría yo solo y no dejaría que pasaran por tanto dolor.
Tristemente, la
historia se repitió y terminé haciendo todo el mal que siempre aborrecí. Mis
hijos fueron víctimas inocentes de mis malas decisiones y se encontraron cómo
aquellas poblaciones que, en épocas del conflicto armado interno en Guatemala,
sufrieron el fuego cruzado. Vivieron en un Ixcán emocional.
¿Acaso no hizo el
Señor un solo ser, que es cuerpo y espíritu? Y ¿por qué es uno solo? Porque
busca descendencia dada por Dios. Así que cuídense ustedes en su propio
espíritu, y no traicionen a la esposa de su juventud. Malaquías 2:15
Una de las razones del
matrimonio es criar una decendencia dada por Dios. Hijos que crezcan conociendo
las cualidades invisibles de Dios, por medio de la vida visible de sus padres,
que son un solo ser. Mis padres y yo, fracasamos en ese intento.
Es natural que muchos jóvenes
no quieran comprometerse. Tienen miedo al fracaso que está fundamentado en las
situaciones vividas en su infancia. Su fe fue afectada. Podemos decir que las
falta la fe, a causa de las heridas y temores de la experiencias vistas y
vividas.
Gocémonos y
alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su
esposa se ha preparado.
Apocalipsis 19:7
La razón por la que el
matrimonio y la familia ha sufrido, quizá como ninguna otra institución, la
acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y
de la cultura. Es porque estas son incitadas por nuestro enemigo Satanás quien
aborrece el matrimonio, así como nuestro Padre lo ama (antítesis de Malaquís
2:16). Porque además son el símbolo y figura de la boda de Jesucristo con su
iglesia.
pues nadie ha
odiado jamás a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida, así como
Cristo hace con la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso dejará
el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a
ser un solo cuerpo». Esto es un misterio profundo; yo me refiero a Cristo y a
la iglesia. Efesios 5:29-32
Hay varios amigos que
está a la puerta de la gran decisión que conlleva el matrimonio. Hay otros tantos
que dieron el paso hace unos años y sus historias son particulares y hermosas.
Nosotros mismos tenemos la nuestra llena de detalles y amor del Padre. Una
historia de redención.
CONTINUARÁ…
Ray & Lily
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