Un día, de la última semana de diciembre, me levanté con la idea de salir a caminar y tener el placer de conversar con El Señor. Tenía un camino en mente, pero al cruzar una calle muy transitada y levantar la mirada, miré un pequeño pináculo cómo de 100 metros que me invitaba a vencerlo.
Hice una pequeña
observación y análisis, antes de iniciar el ascenso. Se veía simple. Localicé
una vereda y una ruta de rocas que sobresalían de entre toda la hierba que
estaba muy crecida, a causa de las lluvias tardías del año recién pasado. En
pocos minutos comencé a encontrarme con dificultades. La vereda desapareció y
la hierba sobrepasaba mi altura, imposibilitando la visibilidad. Alcé los ojos
y vi el risco, aún sabía a donde dirigirme. Me abrí paso, a tientas, aplastando
los matorrales que se interponían en el camino. En un pequeño claro, sobre una
roca, hice una pausa para decidir; seguir o volver atrás. Un obstáculo más. Una
maya de alambre galvanizado, con tres metros de altura, marcaba la mitad de la
ruta. Me desplacé junto a ella, hasta encontrar un portillo al final de la
misma, donde se erigía un empinado muro. Me escurrí en la pequeña abertura y caminé
hasta encontrarme justo en el punto en que me había quedado, pero ahora del
otro lado del cerco alambrado.
Me fui trepando
por las rocas, sintiendo el palpitar de mi corazón, mucho más acelerado. Había
adrenalina recorriendo en mi torrente sanguíneo, parecía ser una aventura más
grande de lo que realmente fue. La verdad no me tomó mucho tiempo para llegar
al pináculo. Ya allí, di vuelta y caí en cuenta que la calle estaba mucho más
cerca de lo que en mi mente atravesé. Podía distinguir los autos y las personas
con claridad. También una panorámica del vecindario y colonias aledañas, que en
su mayoría tienen techos de lámina.
Me decidí en
seguir avanzando, pero, no podía ver por donde iba. Es más, no tuve la certeza
de que el próximo paso me llevara al desfiladero del otro lado. Entré en pánico
y di vuelta atrás. De nuevo en el risco y al ver el camino de bajada, no podía
explicarme cómo llegué a este punto. Me senté y medité unos momentos. El solo
ver hacia abajo me hacía pensar que podría perder mis anteojos en el intento de
descender. También mi teléfono. Este último lo utilicé para hacer unas lecturas
que me dieran inspiración. No había opción, solo la retirada. Me quité las
gafas y junto al celular los guardé lo mejor que pude, para evitar botarlos.
Sin embargo, no comiences sin calcular el costo.
Pues, ¿quién comenzaría a construir un edificio sin primero calcular el costo
para ver si hay suficiente dinero para terminarlo? De no ser así, tal vez
termines solamente los cimientos antes de quedarte sin dinero, y entonces todos
se reirán de ti. Dirán: “¡Ahí está el que comenzó un edificio y no pudo
terminarlo!”. ¿O qué rey entraría en
guerra con otro rey sin primero sentarse con sus consejeros para evaluar si su
ejército de diez mil puede vencer a los veinte mil soldados que marchan contra
él? Y, si no puede, enviará una delegación para negociar las condiciones de paz
mientras el enemigo todavía esté lejos. Lucas 14:28-32
No sé porque se
me hace tan difícil bajar. Me siento tan inseguro y voy elevando una plegaria
dentro de mí. Peor aún, ni siquiera le dije a mi esposa que saldría. Brazos y
piernas temblorosas al terminar. Finalmente tuve que volver sobre mis pasos.
Consideré el rumbo de mi vida y decidí volver a
tus leyes. Salmos 119:59
Tengo un amigo
muy querido, Hugo Veliz, con quien patentamos la frase “primero revisa tu DPI”.
Con nuestro entusiasmo, siguiendo las directrices del Señor, nos encontramos en
situaciones y desafío al lado de jóvenes llenos de vigor, vitalidad y fuerza.
Entonces, nos llegamos a preguntar ¿En que momento nos metimos a esto? Máxime,
cuando el reto exigía habilidades físicas que se van perdiendo con la edad.
Creo que es menester saber de que modelo somos, antes de embarcarnos a una
aventura que demandará algunas destrezas que hemos perdido.
Por otra parte,
pasa a menudo y me pasó personalmente, adquirimos compromisos y
responsabilidades, para los cuales no estamos capacitados o no hemos
desarrollado la madurez necesaria, para manejar las situaciones o responder
adecuadamente a los retos que se presentarán. Uno de ellos, la paternidad.
Tuve mi primera
hija a los 18 años. Cuatro años después la segunda. A los 26 al varón de la
familia y dos más tarde a la más pequeña. Hace cuatro, al contraer nupcias con
mi bella Ileana, sumé a la lista dos hijas más, no naturales, pero igualmente
amadas. Al mirar por el retrovisor de mi vida, no sé como pasé por todo eso
¿Cómo sobreviví a tanta emoción, tristeza, alegría, euforia, etc?
¡Revisa tu DPI!
El primero de
enero del 2021, planeamos junto a Ileana y nuestros tres hijos mayores, un
paseo por el parque de diversiones del IRTRA Petapa. Llegamos temprano, justo a
la apertura del mismo y tuvimos la bendición que, con el carné de la mayor,
entramos todos sin ningún coste adicional. Esto amplió las posibilidades de
presupuesto. Por lo que mi generosa conyugue, decidió comprar brazaletes
ilimitados para los juegos mecánicos. Desde ese momento comencé a sentir
mariposas en el estómago. No soy precisamente el más fanático de ese tipo de
atracciones. Mi estómago me ha jugado malas pasadas en otras ocasiones y creo
que le heredé esa debilidad a mi hijo.
En tres ocasiones distintas, le supliqué al Señor
que me la quitara. Cada vez él me dijo: «Mi gracia es todo lo que necesitas; mi
poder actúa mejor en la debilidad». Así que ahora me alegra jactarme de mis
debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a través de mí. 2
Corintios 12:8-9
Le sacamos el
jugo a nuestros pasaportes y nos subimos a todos los juegos que pudimos. Pero
al final me sorprendió que el único en que salí lastimado, fue aquel en que más
confiado me sentía y en el que tenía cierta medida de control. Los carritos
locos. Después de impactar de frente con mi esposa y que otro me golpeara por
detrás, simultáneamente, casi me desnuco.
Sin embargo, queridos amigos, hay algo que no
deben olvidar: para el Señor, un día es como mil años y mil años son como un
día. 2 Pedro 3:8
La más
amedrentadora de las atracciones es la llamada “El Relámpago”. Tiene una bocina
y buffer que resuenan al unísono con la bajada. Eso te hace sentir más
intimidado. La espera para subir,
pareció cómo mil años. Y al cronometrarla nos percatamos que, en total, con
ascenso y todo, solo dura 45 segundos. Una subida vertical de 22 metros y un
giro de 180 grados, desplazándose a una velocidad de 70 km/h, cuenta con 393
metros de largo. Terminamos más que despeinados, pero sin un rasguño.
Cuando sedemos
nuestra existencia al control del Señor, se vuelve cómo una montaña rusa.
Aunque por momentos parece que se saldrá de control y está llena de emociones,
subidas, bajadas y vueltas. Simplemente intensa. Al final llegaremos ilesos y
seguros a la eternidad. No así en las situaciones que parece que tenemos el
control. Muy a menudo salimos de ellas lastimados o avergonzados. Pero al
decidir volver al rumbo, hallaremos paz y descanso. Cómo dice Jeremías (6:16) Esto dice el Señor : «Deténganse en el
cruce y miren a su alrededor; pregunten por el camino antiguo, el camino justo,
y anden en él. Vayan por esa senda y encontrarán descanso para el alma.
Al final de la
montaña rusa de nuestra vida, nos encontraremos con Jesús.
Oí una fuerte voz que salía del trono y decía:
«¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre su pueblo! Él vivirá con ellos, y
ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos. Él les secará toda lágrima
de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas
cosas ya no existirán más». Apocalipsis 21:3-4
Ray & Lily
P.D. A media
semana tuve un tiempo hermoso con El Señor. En medio del mismo, le pregunté que
le gustaría que cantáramos. Me dedicó estas dos canciones, luego yo se las
canté. Más tarde se las canté a mi esposa y hoy se la dedicamos a nuestros
hijos y a cada uno de nuestros amigos. (chequen bien la letra, es increíble cómo
expresa nuestro gran amor a Dios)
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