Me vuelvo a poner el impermeable. Aunque ya no percibo el sonido del coro infinito de la suave, pero insistente brisa que estuvo cayendo los últimos dos días. En el ambiente aún hay un fuerte olor a tierra mojada. Descubro el aroma de nuestra cocina que ya tiene actividad. Mi esposa decidió levantarse temprano y prepararme desayuno. Aunque me da pena verla despierta tan temprano, solo por mí. No puedo negar que disfruto la danza improvisada de su pies y manos, moviéndose en el espacio, con el único fin de alimentar a su esposo. Degustar el sabor del amor en una comida, es el mejor ingrediente, claro, después del hambre.
La semana pasada
hicimos un viaje relámpago a Jutiapa, para llevar unas cosas que mi cuñada
necesitaba. Salimos al final del día y llegamos ya entrada la noche. Al llegar,
uno de nuestros sobrinos aún nos esperaba despierto. Con sus apenas seis años y
con solo unas semanas de haberse mudado a esa localidad, descubrió el placer de
observar las estrellas. Estaba tan emocionado por mostrármelas, que lo primero
que hicimos fue subirnos al techo de la casa y contemplar el cielo por unos
momentos.
Entonces el Señor
llevó a Abram afuera y le dijo: —Mira al cielo y, si puedes, cuenta las
estrellas. ¡Esa es la cantidad de descendientes que tendrás! Génesis 15:5 NTV
Monto la motocicleta
que me hará deslizarme, un poco más rápido, entre las intrincadas líneas del tránsito
vehicular de nuestra ciudad. Aún está algo oscuro y los automóviles llevan
encendidas sus luces. Al amanecer, debo hacer un esfuerzo por fijarme en mi
camino. Pues el cielo está espectacular. El descenso que me lleva de mi colonia
al centro de la ciudad, me permite verla casi por completo, cómo en una
fotografía panorámica. De fondo los volcanes de Agua, fuego y también El Pacaya.
Adornados sutilmente con nubarrones. El cielo, azul celeste, con unas pequeñas
telas de nube blanca, que me recuerdan la textura y el sabor del algodón de azúcar. Hay una sonrisa en mi rostro. Ya pasó la
tormenta y después de la tempestad, viene la calma.
»Les dejo un
regalo: paz en la mente y en el corazón. Y la paz que yo doy es un regalo que
el mundo no puede dar. Así que no se angustien ni tengan miedo. Juan 14:27
Ya en mi trabajo y
después de mis primera dos horas de labores, hago una pausa y vuelvo a ver el
firmamento. Escucho una suave voz que dulcemente murmulla: “Siempre ha estado allí,
aunque no lo vieras, siempre ha estado allí. Como Yo, siempre he estado aquí.”
¿Te ha pasado de estar
en el campo, lejos de las luces de la ciudad, y mirar las estrellas? Es algo
mágico, mejor que una película. Uno se queda hipnotizado por la belleza y la
paz que el cosmos transmite. Nos da una perspectiva diferente de las cosas.
Aún luchamos con
nuestro día, a día. Con guerras, corrupción, enfermedad, destrucción y muerte.
Esta última, muchas veces hace su aparición y trae su mensaje con anticipación,
con un efecto lento, recalcitrante y astringente. En otras ocasiones, sin
previo aviso. Traumática y desconcertante. Acompañada de sus amigas la culpa y
desesperanza.
Para todo hay remedio,
menos para la muerte. Era un dicho común durante nuestra infancia. Este año
muchos hemos perdido, familiares, amigos, vecinos, conyugues e hijos. Pero
quiero recordar que también nuestro padre Dios perdió un hijo. Pero con el
objetivo de dar solución a la muerte. Jesús es el remedio para muerte. Nuestra,
paz, bienestar y vida, no depende de las circunstancias, depende de su
presencia.
Jesús le dijo: —Yo
soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá aun después de haber
muerto. Todo el que vive en mí y cree en mí jamás morirá. ¿Lo crees, Marta? Juan 11:25-26
Hoy te animamos a que
salgas de tu tienda y que mires las estrellas. ¿Sabes por qué? Porque es
necesario que salgas de la tienda, de lo común de estos días, y veas las cosas
desde otra perspectiva. Que veas las cosas desde el punto de vista eterno. Desde
la mirada del que siempre ha estado allí y aquí, esperando lo invites a tu
vida.
Ray & Lily
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