Con la revolución industrial que se dio a
finales del siglo XIX e inicio del siglo XX, llegó a Guatemala el Ferrocarril
en 1884. Somos pocos ya los que vivimos la experiencia de viajar en él. Para
mí, son realmente borrosas las imágenes que guardo en mi memoria. Los trayectos
que recorrí con mi familia y algunos compañeros de estudios, siempre tuvieron
algo mágico y nostálgico. Solo el museo,
que se encuentra en la Plaza Barrios de la ciudad de Guatemala, es quien da
testimonio de la gloria y esplendor del que gozó “el tren” en otra
época.
Por otra parte, en países como Alemania,
los trenes son uno de los transportes más utilizados, teniendo una de las redes
ferroviarias más grandes e intrincadas del mundo. Eficientes, veloces y
modernos, son todo un espectáculo.
Pero tanto los antiguos cómo los modernos,
están compuestos por vagones. Me gusta imaginar la vida como un tren, en el
cual viajamos en un vagón acompañado de determinadas personas y en ocasiones
viajamos en otro, acompañados de otras diferentes.
¿Cómo quisieras terminar tus días?
El mundo se pregunta si la oscuridad y el
mal prevalecerán para siempre ¿Aumentará la pobreza? ¿Perdurarán la violencia y la guerra?
¿Seguirán rompiéndose los matrimonios? ¿Seguirá la depresión robando la alegría
a la gente? ¿Tienen que acabar las cosas así? (parafraseando a Bill Hybels)
Una frase del ingeniero William Penney,
escrita en 1894, resume las condiciones adversas que pasaron cientos de hombres
para construir los rieles del tren en Guatemala. “La historia del total
de 60 millas es una historia de enfermedad, miseria y muerte, siendo las
principales causas de mortalidad la fiebre, la diarrea y el licor”.
Podría agregar otros tantos sustantivos a
la lista y sería muy parecida al camino de mi vida, antes de conocer a Jesús.
¡Me alegro de haber cambiado de tren! Y es que en Cristo es absolutamente
seguro que no tendrán que acabar así.
Creo que algo así tenía en mente José
Ramón Ayllón cuando describió, en su libro titulado “10 Ateos cambian de
autobús”, la permuta que realizaron en sus vidas personalidades como: Ernesto
Sábato, Fiódor Dostoievski, C.S. Lewis y Gilbert K. Chesterton.
“Dichoso aquel cuya ayuda es el Dios de
Jacob, cuya esperanza está en el Señor su Dios, creador del cielo y de la
tierra, del mar y de todo cuanto hay en ellos, y que siempre mantiene la verdad.“ Salmo 146:5-6
Somos administradores del único mensaje en
el planeta tierra que puede dar a la gente la esperanza, que es lo que más
necesitan sus corazones. Esperanza en que los pecados pueden ser perdonados.
Esperanza en que las oraciones pueden ser respondidas. Esperanza en que se
pueden abrir puertas con oportunidades, las cuales parecían cerradas. Esperanza
en que relaciones rotas pueden ser reconciliadas. Esperanza en que cuerpos
enfermos pueden sanarse. Esperanza en que la confianza perdida puede ser
restaurada. Esperanza en que las iglesias muertas pueden resucitar. Nosotros,
entre toda la gente, podemos reclamar esa esperanza y vivir en ella,
irradiándola a los demás. Y debemos proclamar este mensaje de esperanza a todos
aquellos a quienes Dios nos dé la oportunidad de influir.
Lo fundamental no es el vagón, más bien el
tren y la ruta que lleva. Asegurarse que el maquinista es Jesús y que tu boleto
está sellado con su sangre. He viajado con diferentes personas en esta ruta y compartimos
un espacio de tiempo (vagón). Algunas de ellas murieron en estos últimos días y
me alegro en saber que ruta llevan. Rindo homenaje a sus vidas y las
experiencias que vivimos.
¡Hasta pronto Clarita Asencio, Nino Ponce,
Adela Acté y Aury Villatoro!
“Oí una potente voz que provenía del
trono y decía: «¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él
acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con
ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá
muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de
existir».” Apocalipsis 21:3-4
Ray & Lily

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