A LA SOMBRA DEL OLMO

Pero Moisés protestó: —¿Quién soy yo para presentarme ante el faraón? ¿Quién soy yo para sacar de Egipto al pueblo de Israel? Éxodo 3:11 NTV

 

El calor es abrazador, y los treinta y tres grados centígrados invitan a quedarse dentro de los espacios con aire acondicionado. Aun así, me siento movido a buscar un lugar al aire libre, un espacio para estar a solas. Al salir, la luz solar golpea mis retinas y me apresuro a encontrar refugio del radiante sol. Las sandalias que calzo no me dejan avanzar muy rápido, así que me detengo no muy lejos de la casa de mi hija y su esposo.

 

«¡Quédense quietos y sepan que yo soy Dios! Toda nación me honrará. Seré honrado en el mundo entero». Salmos 46:10 NTV

 

Sentado, respiro profundo y comienzo mi lectura. Me descalzo y siento el suelo calcinante calar hasta los huesos metatarsianos; imagino el encuentro de Moisés con la zarza en el corazón del desierto, en el monte Sinaí. Aquel hombre, después de cuarenta años apacentando ovejas, ya casi había olvidado su identidad. Amoldado a su estilo de vida, trabajaba arduamente, llevaba una vida apacible, sin muchos contratiempos. El palacio de Egipto y la simbiosis entre su identidad y la búsqueda de la misma eran cosa del pasado.

 

Allí el ángel del Señor se le apareció en un fuego ardiente, en medio de una zarza. Moisés se quedó mirando lleno de asombro porque, aunque la zarza estaba envuelta en llamas, no se consumía. Éxodo 3:2 NTV

 

Pero aquel día, todos los fantasmas de su historia —el asesinato de un egipcio, su vida doble, la tensión entre su educación egipcia y su herencia hebrea, el dolor de ver a su pueblo oprimido y el desprecio de ese mismo pueblo— fueron sacados de los escombros y puestos sobre la mesa. Todo aquello que lo hacía sentirse inapto para cumplir un propósito en su vida y en la de una nación entera fue develado. Aunque no se mencione explícitamente en la conversación, estaba implícita su incapacidad para llevar a cabo semejante misión, una tarea que lo desbordaba en todos los sentidos.

 

En cambio, Dios eligió lo que el mundo considera ridículo para avergonzar a los que se creen sabios. Y escogió cosas que no tienen poder para avergonzar a los poderosos. 1 Corintios 1:27 NTV

 

A la sombra del olmo, yo también me descubro enfrentando mis propios fantasmas. No son los mismos que los de Moisés, pero también hablan de identidad, de un pasado que a veces se siente ajeno, y de la pregunta que aún resuena: “¿Quién soy yo?”. Estar fuera de la tierra donde nací, entre dos culturas, con raíces en Guatemala y ramas que se extienden hacia el norte, me hace pensar en aquel hombre que vivió entre Egipto y Madián. A veces uno se adapta tanto al lugar donde está que olvida quién era, hasta que Dios vuelve a encender la zarza en medio de la rutina.

 

—Te conocía aun antes de haberte formado en el vientre de tu madre; antes de que nacieras, te aparté y te nombré mi profeta a las naciones. Jeremías 1:5 NTV

 

Como Moisés, muchos salen de su tierra buscando una vida más tranquila, tal vez huyendo de algo, o simplemente obedeciendo una necesidad. En el extranjero encontramos trabajo, estabilidad, incluso bendición… pero también el silencio de la identidad. Sin embargo, Dios no se olvida de nuestras raíces ni de su llamado. Aun lejos de Egipto o de Guatemala, puede hablarnos desde una zarza encendida —o desde la sombra de un olmo en Texas— para recordarnos quiénes somos y para qué fuimos llamados.

 

¡Jamás podría escaparme de tu Espíritu! ¡Jamás podría huir de tu presencia! Si subo al cielo, allí estás tú; si desciendo a la tumba, allí estás tú. Si cabalgo sobre las alas de la mañana, si habito junto a los océanos más lejanos, aun allí me guiará tu mano y me sostendrá tu fuerza. Salmos 139:7-10 NTV

 

Recién cumplí cincuenta y dos, y las celebraciones se multiplicaron por muchos días. El pepián y las tortillas; el pastel de pistachos y fresas que mi hija Pamela preparó, me hacen sentir cómodo en estas lejanas tierras y no me dejan extrañar los sabores guatemaltecos. Pero más allá de eso comprendo que el llamado de Dios no se apaga con los años ni se desvanece con la distancia. Puede tardar cuarenta años en volver a arder, pero cuando arde, nos recuerda que no se trata de quiénes somos nosotros, sino de quién es Él.

 

Pues los dones de Dios y su llamado son irrevocables. Romanos 11:29 NTV

 

Y así, bajo la sombra de un olmo, mientras el calor aprieta, puedo escuchar la misma voz que llamó a Moisés: una voz que no exige perfección, sino disponibilidad. Me encuentro ante la disyuntiva de continuar en mi aparente comodidad o volver a dejar todo y seguir el llamado de Dios, aunque no me sienta competente y mi pasado me desacredite. Encuentro quién soy cuando me acerco al Gran Yo Soy.

 

Cada vez él me dijo: «Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la debilidad». Así que ahora me alegra jactarme de mis debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a través de mí. 2 Corintios 12:9 NTV

 

Con una palabra de Dios (Deuteronomio 31:8) que nos acompañó durante tres semanas que estuvimos conociendo los Estados Unidos de América, bajo la sombra del olmo o frente a la zarza ardiente, la pregunta sigue siendo la misma: “¿Quién soy yo?”. Pero cuando levanto la vista y escucho su voz, entiendo que no se trata de mí, sino de Aquel que me llama. Y allí, en medio del calor y del polvo, descubro que cada sombra puede convertirse en altar.

 

No temas ni te desalientes, porque el propio Señor irá delante de ti. Él estará contigo; no te fallará ni te abandonará». Deuteronomio 31:8 NTV

 

ORACIÓN:

Gracias, Padre amado, porque sigues hablando a tiempo, fuera de tiempo y en todo lugar. No necesitas comunicarte con nosotros, y aun así lo haces, movido por amor y sin límite alguno para alcanzar nuestro corazón. Perdónanos, Señor, porque tantas veces olvidamos quiénes somos. Nuestra humanidad nos traiciona y la rutina apaga el fuego de tu llamado. Recuérdanos quién eres Tú, y quiénes somos nosotros en Ti. Gracias por tu presencia constante, por incomodarnos cuando el alma busca conformarse, por recordarnos que tu voz no se silencia en el desierto ni bajo la sombra del olmo. Haznos sensibles a tu voz, atentos a tu toque y dispuestos a obedecer aun cuando no entendamos el camino. Que nuestro corazón responda siempre con humildad: “Aquí estoy, Señor, envíame a mí.” Amén.

 

Lily & Ray

 

https://www.youtube.com/watch?v=_XpDoZNaP3E&list=RD_XpDoZNaP3E&start_radio=1

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