«Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: ¡ Abba ! ¡Padre! El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios.» Romanos 8:14-16
Recostado sobre su pecho velloso, en su mayoría
emblanquecido por los años, mis pequeñas manos jugaban con sus pezones como
botones de un radio a transistores. Era mi lugar seguro, cerca de mi padre.
Minutos antes lo había despojado de sus zapatos y calcetines, con esfuerzo
logré meterlo en la cama, donde pasaría la noche con él. Me desconcertaba el
olor a agua ardiente que emanaba por todo su cuerpo. No entendía muy bien el porqué,
los sábados en la tarde, escogía pasar a la cantina antes de llegar a casa.
Generacionalmente estábamos muy distantes, desde que tengo
memoria, su suave cabello había sido canoso. Fui su primer hijo varón a los 57
años, motivo de alegría y orgullo. Su penetrante mirada de ojos verdes, mismos
que por perder la agudeza visual le causaban gran frustración. De pequeño sus historias de hazañas me
fascinaban, aunque no entendía que razones tendría para no pasar más tiempo con
nosotros. El alcohol era su debilidad evidente, pero llevaba una herida
sangrante en el fondo de su corazón, la cual nunca expresó.
«Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me
recibirá en sus brazos. Salmo 27:10
Puede que su padre Raymundo (con quien comparto nombre), de
quién tan orgulloso se sentía, fuera el responsable de la herida, pues no
llevaba su apellido, solamente el de mi abuela. Él siempre lo excusó, pero al
meditar en ello, me parece, es la causa principal de su falta de identidad. La
ruptura con mi madre en mi plena adolescencia me dejó sin el árbol de tronco
fuerte en quien cimentaba mi personalidad. El dolor fue profundo y punzante.
Por mucho tiempo lo negué. Luego excusé a mi padre y no fue sino hasta que
conocía Jesús que logré perdonarlo y liberarlo, aunque ya había fallecido.
«Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi
madre. Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo
formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos
vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis
días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos. » Salmo
139:13,15-16
Devolverme a Dios cómo papá y convertirme en su hermano, ha
sido la ruta que Jesús me ha trazado. Se convirtió una aventura el encontrar la
razón de mi existir. Todo esto es hermoso y no tiene comparación, pero, que de
aquellos que yo también dejé. Caminar con mi herida sangrante, al igual que mi
padre, me hizo repetir el círculo vicioso con cuatro hijos, fruto de dos
relaciones. Puedo imaginar y casi sentir, el dolor y profundo vacío que marcó
la existencia de mis tres niñas y el varón.
¿Cómo reparar el daño? ¿Cómo restituir? Son preguntas que
calan hasta los huesos. Pedir perdón no será suficiente. Yo recuerdo dejarme
trenzar e incluso maquillar por las chicas, jugando al salón de belleza. Las
trepadas en los árboles, armar rompecabezas, nuestros bailes aprendiendo las
tablas de multiplicar con el disco de Enrique y Ana. Que decir del ritual de
alquilar una película en VHS y disfrutarla comiendo golosinas. Las horas
haciendo tareas o atendiéndolas vía telefónica mientras trabajaba. También era
su héroe que les enseñó a andar en bicicleta y a nadar (a pesar de no saberlo
hacer yo mismo).
«Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra
en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús.» Filipenses 1:6
El vacío en sus vidas fue grande y al igual que mi padre y
yo, caminan con esa herida, también han negado el dolor, me han justificado y
excusado. Pero hay esperanza, Dios es completamente suficiente de suplir todo
lo que nos faltó. Ese ha sido mi caso, nada de lo que mi padre terrenal dejó
pendiente o faltante, Él lo suplió con creces. Rompió el circulo vicioso de
maldición y abrió uno nuevo de bendición que alcanzará a mis generaciones,
dándoles plenitud y vida abundante.
«Ah, si me besaras con los besos de tu boca… ¡grato en
verdad es tu amor, más que el vino! Grata es también, de tus perfumes, la
fragancia; tú mismo eres bálsamo fragante. ¡Con razón te aman las doncellas!»
Cantares 1:2-3
El bálsamo que trae sana toda lesión o llaga. Todo comienza
reconociendo que, en nuestro sufrimiento, también hemos lastimado,
arrepentirnos y recibir su perdón. Extender éste último a quien haya lastimado
y luego pedir perdón a todos aquellos que, en la avalancha de muerte,
arrastramos junto a nosotros. Finalmente
reparar el daño, cuando es posible, siempre y cuando no causemos más dolor en
el intento. El resto solo Jesús lo puede sanar.
Disfrutar de los tiempos que tengo con mis hijos y las dos
nuevas que fueron añadidas en mi unión con mi esposa (regalo de Dios), es lo
que me queda. No darle entrada a mi morada a la culpa y vergüenza es menester,
levantar mi cabeza y avanzar modelando la misericordia y amor del cual he sido
objeto.
«Pues, aunque haya los así llamados dioses, ya sea en el
cielo o en la tierra (y por cierto que hay muchos «dioses» y muchos «señores»),
para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y
para el cual vivimos; y no hay más que un solo Señor, es decir, Jesucristo, por
quien todo existe y por medio del cual vivimos.» 1 Corintios 8:5-6
En nuestro país los casos de abandono por parte del padre se
cuentan por miles, y que decir de aquellos que a pesar de cohabitar con su
prole están ausentes. Más
escabroso es pensar en aquellos que son violentados por su progenitor, no sólo física
y sexualmente, sino psicológicamente. No es de extrañar el encontrarnos con adolescentes
que extorsionan, roban y se convierten en sicarios; también los hay refugiados
en el alcohol y drogas; carentes de identidad e influenciables por formas de
pensamiento que atentan contra su integridad (espíritu, alma y cuerpo). La
humanidad necesita un padre, vivimos con esa carencia y el rumbo no cambiará hasta
que todos hayamos vuelto a la casa de nuestro padre celestial.
«Así que emprendió el viaje y se fue a su padre.» Todavía
estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su
encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: “Papá, he pecado contra el
cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo”. Pero el padre ordenó
a sus siervos: “¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también
un anillo en el dedo y sandalias en los pies.» Lucas 15:20-22
Mi deseo más profundo es que cada ser humano llegue a
reencontrarse con su verdadero y único padre; llevar esa esperanza al mundo huérfano
que deambula por la vida tratando de llenar el vacío con infinidad de cosas,
pero ese hueco en el corazón tiene la forma de Dios, nuestro verdadero padre.
ORACION DE LA SERENIDAD (atribuida a Reinhold Niebuhr)
Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no
puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría
para conocer la diferencia. Viviendo un día a la vez, disfrutando un momento a
la vez; aceptando las adversidades como un camino hacia la paz; aceptando, como
lo hizo Jesús, este mundo pecador tal y como es, y no como me gustaría que
fuera; creyendo que Tú harás que todas las cosas estén bien si yo me entrego a
Tu voluntad; de modo que pueda ser razonablemente feliz en esta vida e
increíblemente feliz Contigo en la siguiente. Amen.
Ray & Lily
No hay comentarios:
Publicar un comentario